Nadie sabía exactamente qué decir en Oklahoma City alrededor de las 7:10 de la noche hora local del 11 de marzo de 2020.

Eso constituía un problema para Mario Nanni, cuyo trabajo como locutor del Thunder de Oklahoma City es decirle a los espectadores exactamente lo que está ocurriendo.

Acababa de presentar los quintetos titulares. El Thunder y el Jazz de Utah se disponían a jugar cuando alguien apareció corriendo hacia la cancha desde la parte trasera de la arena con una orden: asegurar que ese partido no pudiera comenzar. Los árbitros se reunieron apuradamente y luego los entrenadores se presentaron para enterarse de la noticia: Rudy Gobert, centro del Jaaz, había dado positivo por el COVID-19 y el comisionado de la NBA Adam Silver había decidido cancelar el juego.

Nanni respiró hondo. “Fanáticos, debido a circunstancias imprevistas, el partido de esta noche ha sido pospuesto”, empezó a decir mientras los presentes en la arena reaccionaban estupefactos.

Era oficial. El mundo del deporte había cambiado. Todo.

“Estábamos en territorio desconocido”, dijo Nanni.

En muchos sentidos, aún estamos en lo mismo. La NBA fue la primera gran liga profesional de Estados Unidos en dejar de jugar. Un día después, también lo hicieron el hockey de la NHL, el béisbol de las Grandes Ligas y el fútbol de la MLS.

Acto seguido, en un goteo constante, el básquetbol universitario paralizó y así otras actividades deportivas en todos los niveles. Carreras terminaron de forma abrupta, sin una debida despedida.

El deporte anticipaba el cambio del 11 de marzo de 2020. Se había cerrado el acceso a los vestuarios para toda persona extraña, el alcohol en gel estaba en todas partes, y la NBA era una de las ligas contemplaba seriamente jugar sin público.

Una paralización de tal magnitud no se antojaba tan previsible. Hasta que se hizo realidad.

“Habíamos hablado entre todos nosotros durante el almuerzo ese día sobre la posibilidad de que esto podría agravarse”, dijo el árbitro de la NBA Pat Fraher, parte del grupo de árbitros designado para ese partido Oklahoma City-Utah y quien se encargó de comunicar la noticia a los entrenadores. “Pero realmente no teníamos idea de lo que éramos esa noche. No teníamos idea del verdadero impacto de lo que sucedió”.

La lucha global contra la COVID-19 no comenzó esa noche en Oklahoma City, desde luego. Había comenzado al menos dos meses antes en China, donde se originó el virus. Pero ese fue el día en que se declaró la crisis sanitaria mundial, y en cosa de horas, también se daba una crisis deportiva mundial.

Un año después, las cosas están mejorando. La gente está recibiendo las vacunas. El personal sanitario se empeña para que todo sea lo más seguro posible. La actividad deportiva es cada vez mayor. Pero medio millón de personas han muerto en Estados Unidos y 2,5 millones en todo el mundo. La cifra global de contagiados excede los 100 millones.

Esas son las estadísticas que más importan de este último año.

“Estamos viendo algo de luz al final del túnel, con la vacuna COVID-19 teniendo una distribución más generalizada durante las próximas semanas y meses”, dijo Jay Monahan, el comisionado de la PGA, el circuito profesional de golf.

El deporte es un juego, y esos juegos se marcan con números. Y los números del año pasado son incalculables. Se perdieron miles de millones de dólares por la paralización. ¿Cuánto? Nunca se sabrá con certeza. Lo mismo ocurre con los empleos perdidos; miles, pero sin tenerse exactitud. ¿Y cuántos partidos nunca se jugaron? A nivel mundial, en todos los niveles, ese número llega a millones con facilidad.

Durante meses, el reloj de cada partido estuvo atascado en 0:00.

Nadie ganó.

Todos perdieron.

“Nos golpeó a todos en la cara y el COVID mostró cómo afecta desproporcionadamente a tantos otros”, comentó Gregg Popovich, el entrenador de los Spurs de San Antonio. “Y se necesitó algo así para que todos respondieran y reaccionar asombrados, dándose cuenta de lo que estaba pasando. Y como lo he dicho varias veces, en muchos aspectos de nuestras vidas, eso lo hizo posible”.

Y ahora se trata de volver.

La NFL logró completar una temporada sin cancelar un solo partido e incluso pudo contar con algo de público en el Super Bowl. Se han permitido pequeñas cantidades de aficionados en los torneos de golf y tenis. Algunos equipos de la NBA y la NHL ya pueden tener a fanáticos en las butacas. El béisbol está por iniciar su temporada. Los aplazados Juegos Olímpicos de Tokio finalmente serán realidad, pero sin presencia de espectadores procedentes del exterior.

“La cuestión no es saber si los juegos se van a disputar, sino cómo”; dijo el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, esta semana.

Las cosas aún no son normales en el deporte y puede ser que no lo serán durante cierto tiempo. Y seguramente la definición de normalidad también ha cambiado. Pero el deporte ha vuelto, proporcionando lo que siempre hace el deporte, un respiro a lo cotidiano, una distracción de los problemas, un escape del mundo real.

Eso es algo que se necesita ahora, quizás más que nunca.

“Todo lo que debas pasar en la vida te hace o te rompe”, dijo Gobert. “Lidiar con ello y crecer, de eso se trata la vida”.

Este último año demostró que el deporte también se trata de eso.

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