La investigación sugiere que durante sus últimos días la especie sufrió diversos defectos genéticos que pudieron haber frenado su desarrollo y afectado su capacidad reproductiva y su olfato.

En la isla rusa de Wrangel, en el océano Ártico, una pequeña población de mamuts lanudos se mantuvo con vida hasta hace unos 4.000 años, por lo que se cree que pudieron ser los últimos representantes de esa extinta especie.

Para conocer más acerca de los factores que llevaron a la extinción de esos últimos ejemplares, un grupo de investigadores estadounidenses ha resucitado genes mutados de un mamut de la isla, según un estudio publicado este viernes en la revista Genome Biology and Evolution.

La investigación sugiere que durante sus últimos tiempos la especie sufrió una combinación de defectos genéticos que pudo haber frenado su desarrollo, así como afectado su capacidad reproductiva y su olfato. Dichos problemas podrían haberse producido debido a una rápida disminución de la población de mamuts, lo que a su vez habría conducido a una baja diversidad genética y limitado su capacidad de lidiar con mutaciones dañinas.

“La innovación clave de nuestro trabajo es que en realidad resucitamos los genes de mamut de la isla Wrangel para probar si sus mutaciones fueron realmente dañinas”, explicó el autor principal del estudio, Vincent Lynch, según recoge la Universidad de Buffalo.

Población poco saludable

“Más allá de sugerir que los últimos mamuts probablemente fueron una población poco saludable, esto es una advertencia para las especies vivas en peligro de extinción: si sus poblaciones se mantienen pequeñas, también pueden acumular mutaciones perjudiciales que contribuyan a su desaparición”, agregó.

Los expertos compararon el ADN del mamut de la isla de Wrangel con el de tres elefantes asiáticos y otros dos mamuts más antiguos, que vivieron cuando las poblaciones de estos animales eran mucho más grandes. El equipo identificó una serie mutaciones genéticas exclusivas en el mamut de la isla.

Luego pusieron a prueba los genes alterados para determinar si pudieron influir en funciones importantes, como el desarrollo neurológico, la fertilidad de los machos, los niveles de insulina y el sentido del olfato. Parte de los resultados sugirió que probablemente estos mamuts “no podían ya oler las flores que comían”, cosa que influyó en su alimentación.

El trabajo de los científicos se basó en una investigación previa que identificó mutaciones genéticas potencialmente perjudiciales en estos animales, y permitió corroborar las suposiciones. “El mensaje final es que los últimos mamuts pueden haber estado bastante enfermos y eran incapaces de oler las flores. Eso es triste”, concluyó Lynch.

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