Frente a un síntoma de un niño o adolescente algunos padres acuden a Terapia familiar. Al llegar entienden que llevan a un paciente que debe ser curado: “El se porta mal”, “Ella tiene malas compañías”.

Otras veces los padres dicen que sus hijos están repitiendo un curso o que les va mal en lo académico.

Los niños y adolescentes violentos en la casa y en la escuela son un síntoma común. El inicio en las drogas a veces se empieza en la niñez y en la adolescencia temprana. En todos estos casos los padres, cuando van ambos, vienen aliados, casi siempre, en señalar que el problema o síntoma lo tiene el niño, niña o adolescente.

En Terapia Familiar vemos a las familias como un sistema. Nos negamos a rotular al que porta al síntoma como el problema. Investigamos a la familia que es la que ha generado este síntoma, ¿Cómo se cría o disciplina en el hogar?, ¿Cómo son las reglas?, para saber si son muy rígidas o si son muy flexibles.

Hay que ver si ambos padres se involucran en la crianza y si se ponen de acuerdo o se desautorizan uno al otro.

La teoría clásica en Terapia Familiar ha establecido que hay que investigar, ¿cómo está funcionando la pareja cuando hay síntomas en los hijos?

Los esposos van a corregir los problemas de los hijos a Terapia, pero no se dan cuenta que sus discusiones, violencia, infidelidades, conflictos con la familia de su cónyuge: afectan la conducta de sus hijos.

El milagro en la mejoría de la conducta de los niños, niñas y adolescentes ocurre cuando se trabaja la relación de pareja. Al mejorar la relación de pareja y bajar la tensión en la familia la conducta de los hijos mejora.

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