Ya desde hace muchas décadas, especialistas rusos han desempeñado un papel importante en el desarrollo e implementación de vacunas contra letales enfermedades.

Rusia registró este 11 de agosto la primera vacuna contra el coronavirus del mundo, que recibió el nombre de Sputnik V en honor al primer satélite soviético.

Creada de forma artificial, sin ningún elemento del coronavirus en su composición, la vacuna se presenta en forma liofilizada, como un polvo que se mezcla con un excipiente para disolverlo y luego administrarlo por vía intravenosa. Pertenece al grupo de las vacunas vectoriales. Esto significa que se basa en un virus portador que transmite una información genética del virus contra el cual debe proteger, lo que provoca una respuesta inmune.

La vacuna mostró su efectividad y seguridad, según los resultados de los ensayos clínicos. Podría garantizar la inmunidad al covid-19 por un período de hasta dos años, de acuerdo con el Ministerio de Salud de Rusia.

La noticia sobre el registro del fármaco se suma a otros logros de los científicos rusos en el ámbito de las vacunas y la lucha contra enfermedades infecciosas en el pasado, y en este artículo los recordamos.

Poliomielitis

A mediados del siglo XX, el mundo se vio afectado por una grave enfermedad infecciosa, la poliomielitis, causada por el poliovirus, y que afectaba principalmente al sistema nervioso de los niños. Para 1961, la URSS llegó a ser el primer país en el mundo donde la poliomielitis se eliminó como enfermedad masiva.

Se hizo posible gracias a los esfuerzos de los virólogos soviéticos Mijaíl Chumakov, Marina Voroshílova y Anatoly Smoródintsev, que en la década de los 50 viajaron a EE.UU., donde se desarollaban dos tipos de vacuna contra la enfermedad.

En 1955 inició EE.UU. la producción de una vacuna de virus muerto contra la polio, a la que se denominó Salk. Al mismo tiempo, el virólogo Albert Sabin creó una vacuna ‘viva’ usando poliovirus atenuados, que fue más barata, más eficaz y más segura. Pero no hubo oportunidad de probarla en EE.UU. Entonces, Sabin y Chumakov acordaron continuar el desarrollo del fármaco en Moscú.

Los científicos soviéticos llevaron varios miles de dosis de la vacuna de Sabin a la URSS y empezaron las pruebas. Al comprobarse su efectividad, Chumakov promovió la vacunación en las áreas más afectadas del país, donde la enfermedad cobraba miles de vidas cada año. Así, en un año y medio la epidemia había terminado del todo.

Posteriormente, la vacuna producida por el Instituto de Poliomielitis y Encefalitis Viral de la Academia de Ciencias Médicas de la URSS ha sido importada por más de 60 países.

Además, Chumakov ideó la mejor manera de administrar la vacuna: por vía oral, sin inyecciones. La idea consistía en hacer la vacuna en forma de pastillas dulces. Así, en las décadas de 1950 y 1960, una fábrica de confitería soviética producía esas píldoras contra la poliomielitis, lo que hizo más fácil administrarlas a los niños.

Encefalitis

La poliomielitis no es la única enfermedad a la que ayudaron a combatir los científicos soviéticos.

En 1937, el virólogo Lev Zílber organizó una expedición al Lejano Oriente ruso, donde se habían registrado brotes de una enfermedad que afectaba el sistema nervioso central y se caracterizaba por una alta letalidad. Su propagación complicaba la exploración de la región. Los miembros de la misión, entre ellos Smoródintsev, determinaron que la causa de la enfermedad fue el virus de la encefalitis, transmitido por garrapatas.

En 1938, una segunda expedición, liderada por este virólogo y el parasitólogo y zoólogo Evgueni Pavlovski, permitió recibir más datos sobre la transmisión de la enfermedad y su influencia en el organismo humano. Al mismo tiempo, en Moscú se inició el trabajo sobre una vacuna, que finalmente fue obtenida un año después. Smoródintsev y la viróloga Elizaveta Levkóvich dirigieron su desarrollo y fueron los primeros en probarla.

Ántrax 

En 1881, el microbiólogo y químico francés Louis Pasteur creó una vacuna para animales contra el ántrax, una enfermedad infecciosa que afecta tanto a animales de todo tipo como al ser humano, causada por la bacteria ‘bacillus anthracis’.

Sin embargo, durante decenas de años después de su aparición, no exisitió ningún medicamento que protegiera al organismo humano. Por primera vez, una vacuna contra el ántrax para uso humano fue creada en 1940 en la URSS por dos empleados del Instituto Técnico Sanitario del Ejército Rojo, Nikolái Ginsburg y Alexánder Tamarin.

Ébola

El año pasado, el Centro Estatal de Investigación en Virología y Biotecnología Véktor, en la ciudad rusa de Novosibirsk, anunció el desarrollo de una nueva vacuna contra el ébola, que supera a sus análogos occidentales gracias a la ausencia de efectos secundarios, alta seguridad, facilidad de uso, almacenamiento y transporte.

La vacuna, que según el organismo sanitario ruso Rospotrebnadzor proporciona una inmunidad protectora eficaz contra esa infección mortal, pasó ya todas las etapas del registro estatal. Asegura, además, que es “la vacuna más segura y menos reactogénica producida en el mundo”.

Pero no es el único fármaco contra dicho virus que ha sido desarrollado en Rusia. Anteriormente, el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya creó otras dos vacunas contra el ébola, una de las cuales fue utilizada para vacunación en Guinea. 

MERS-CoV

El centro de investigaciones que desarrolló el fármaco registrado contra el SARS-CoV-2 está trabajando también en una vacuna contra el coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV). A principios de agosto, el director del centro, Alexánder Guíntsburg, señaló que para finales de año planean concluir sus pruebas, que transcurren con éxito.

De manera especial, fueron los resultados del trabajo sobre la vacuna contra el MERS-CoV los que ayudaron a los especialistas del Centro Gamaleya a crear tan rápidamente una vacuna contra el nuevo coronavirus. “Hicimos una vacuna contra el MERS e intentamos diferentes opciones. Fue un gran trabajo, llegamos a la segunda fase de las investigaciones clínicas. Por ello, cuando apareció otro coronavirus, un hermano más cercano del grupo de betacoronavirus, no tuvimos ninguna duda sobre qué y cómo hacer”, declaró en julio Denís Logunov, subdirector del apartado científico de la entidad.

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