Cuando la vida se reduce a lo material nuestra capacidad de pensar y trascender se limita y se estanca. Cuando los sueños chocan con la materialidad de la pobre visión.
La trascendencia se logra con la persistencia y el valor espiritual que le asignamos a nuestros sueños.
No necesitamos la aprobación de los demás para perseguir sueños altos que procuran un bienestar que no sólo es material, sino que buscan una necesidad para suplir, como conocer el universo y las leyes que lo rigen y poner los conocimientos al servicio de los demás.
La vanidad no detiene los vuelos y sueños de un joven que entiende la trascendencia como servicio a los demás y alimentar al espíritu primero que darle nutrición al cuerpo.
Una lucha de la materia y el espíritu que el futuro científico resuelve con una paradoja. A él que estudiará la materia en sus diminutas partes, le interesa más lo espiritual que la temporalidad de lo banal y lo netamente material y utilitario.