Azua, RD – La primera gota de lluvia que cayó sobre esta zona trajo consigo no solo agua, sino también una profunda tristeza para Héctor Bienvenido Nova, un hombre de 68 años cuya vida transcurre en extrema pobreza. Su hogar, construido con palma podrida, no ofrece refugio seguro: “La palma que queda está tan deteriorada que no resiste ni el suspiro más leve de una nube”, relata, mientras observa cómo el techo se filtra con cada aguacero.
Para proteger su cama de la lluvia, Héctor tuvo que improvisar con una hoja de zinc, pero el piso de tierra de su vivienda convierte cualquier precipitación en un lodazal. “Cuando llueve, estoy completamente inundado. He tenido que poner hojas de zinc para que no se me dañe la cama”, cuenta, mientras explica que su salud se ve afectada por la presión arterial y una piedra en los riñones, sin seguro médico ni pensión que lo respalde.

Ministerio de la Vivienda
La casucha refleja la pobreza extrema que enfrenta. Hace más de un año, el Ministerio de la Vivienda le prometió una casa segura, pero la espera se ha prolongado sin resultados concretos. “No sé si la promesa está guardada en un cajón o si el río Tábara con su aguacero se la llevó”, afirma con resignación.
Héctor clama por ayuda y recuerda los múltiples intentos de contacto con las autoridades: “Desde el año pasado hemos estado en un acuerdo que no se cumple. Ya les he reportado esto dos veces”. Su situación evidencia la vulnerabilidad de miles de adultos mayores en el país que dependen de promesas gubernamentales que a veces parecen olvidadas.
En Azua, la lluvia no solo moja los techos, sino también los corazones de quienes presencian la lucha diaria de Héctor, un hombre que espera que las palabras de las autoridades finalmente se conviertan en un techo seguro.


 
                     
                    