La primera fase de una pandemia es de crecimiento lento. Luego los casos empiezan a dispararse de manera exponencial o logarítmica. 

En nuestro país los casos seguirán aumentando y los fallecimientos también. Estamos muy lejos del pico. En este momento se pone a prueba el nivel de preparación del país y qué tan rápido actuamos para contener los brotes del CORONAVIRUS. 

En esta etapa se mide si el pueblo está colaborando, si se aplican las medidas de distanciamiento y de higiene personal. 

La fuerte realidad que vamos viendo nos puede hacer llorar. Nos puede causar rabia, indignación e impotencia. Otro sentimiento dañino es el miedo y un mal el rechazo social a los enfermos.

La pandemia de CORONAVIRUS está poniendo a prueba nuestra solidaridad, el egoísmo; el fanatismo religioso o político, nuestra fe en Dios o en otras cosas. 

El desaliento puede ir aumentando cuando los casos no sean lejanos. Cuando ya no sean números. Cuando sean conocidos. Esta mezcla de sentimientos y dolor pueden acabar con la esperanza.

La esperanza de que los políticos dejen el partidarismo mientras solucionamos esta pandemia. Quiero tener la esperanza de que médicos, enfermeras, bioanalistas, camilleros, personal del 911 y personal de limpieza: estén protegidos, con bioseguridad y sin riesgo a contagiarse.

Quiero tener la esperanza de que las autoridades no sean sordas: que escuchen. Que no sean tan ensibles a las críticas y que no se sientan ofendidos por sanas sugerencias.

Quiero tener la esperanza de que nuestros ciudadanos se cuiden y protejan sus familias, de que mejoraremos el manejo que le estamos dando ante el COVID-19 y que con recursos del Estado, empresas, políticos y ciudadanos superemos esta crisis.

Mi esperanza es que nuestra dominicanidad crezca y que protejamos el mayor número de vidas, demostrando al mundo que lo podemos hacer mejor.

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