Veía una película junto a mi hermano. Éramos dos niños arrancando la adolescencia. Uno le dijo al otro que si la película se iba a arreglar. Dudoso el otro respondió “vamos a esperar un poco más a ver si se arregla”.

Pasado el tiempo la misma pregunta y la misma solución. Esperamos y decepcionados estuvimos hasta el final para comprobar que terminamos de ver una mala película, esperando que se arreglara.

He visto a muchas personas hacer lo que como niños hicimos con esa película.  Nos quedamos frenados ante una realidad sólo esperando, sin ser activos.

Hay que buscar alternativas diferentes cuando las cosas no andan bien, pero después de estar seguros que estamos entregando todo nuestro esfuerzo y pasión para que las cosas cambien, he tenido la oportunidad de emprender negocios y proyectos y he conocido a mucha gente que lo ha hecho.

Tienen los emprendedores ganas, pasión, fe y voluntad para sobreponerse al fracaso. También he observado que las preocupaciones y el  estrés son muy comunes en  quienes emprenden. 

Ser dirigentes da buenos frutos, pero el afán y las preocupaciones no nos dejan disfrutar la vida.

No siempre podemos cambiar la mala película que nos ha tocado vivir. Pero tal vez podemos modificar el personaje que ejecutamos, puedo ser yo mismo, pero con más fe. 

No siempre podemos escapar de una situación social y económica negativa que no podemos controlar pero como decía Habacuc: “el justo por la fe vivirá”. 

Vemos muchas injusticias a diario y nos parece como dice Habacuc, pensando que Dios no nos escucha o que no está viendo la injusticia y la violencia contra los inocentes. 

No siempre podemos cambiar la mala película que vemos, pero podemos tener más fe y confianza en el porvenir. 

Que la justicia torcida cambiará, que los robos y muertes por inseguridad serán enfrentados. Que la mala película acabará y empezará una mejor.

Confiar en Dios aunque las cosas no marchen bien y no comprendamos a plenitud lo que pasa. Así podemos enfrentar la carencia, el hambre, las enfermedades y las injusticias. Y recordar que Dios no se olvida del hombre, ni de su más hermosa creación: nuestra humanidad.

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