Hay días donde todo nos sale bien. La felicidad reboza y no la podemos contener. Pero otros días, las preocupaciones se cuelan y sentimos una aprehensión y miedo visceral que lastima nuestros huesos. 

Tuve el honor de ser hijo de un hombre inteligente, trabajador, que amaba la iniciativa privada y estaba disponible para sus amigos y familiares. Era el soporte de la familia. Con su pérdida en mi adolescencia, sentí que una zapata o un piso, donde ponía mis pies, se me arrebató bruscamente.

 Un amigo llegó con la mala noticia al entrar la noche. Ese evento ha marcado mi vida. Lo he superado para bien. Sentí que nada tenía sentido, pero mi fe en Dios, a pesar de que lo cuestionaba, me permitió continuar mi ruta de vida y proseguir la universidad que había iniciado. Viví el dolor de mi madre y como el duelo afectó a cada uno de mis hermanos. 

Las pérdidas tienen muchos impactos. Sufrimos por la ausencia del ser que partió, pero hay un vacío de lo que significaba esa persona. Al irse nos falta todo lo que hacía esa persona, desde lo trivial hasta lo importante.

Al aceptar la pérdida, podemos ir recobrando el sentido a nuestra vida y volvemos a estar presentes para la gente que nos ama y siente nuestra ausencia. El duelo nos secuestra de nuestra familia, amigos o de la pareja.

El dolor nos aísla, la rabia y la insensatez de la vida nos torturan. Al superar el duelo somos liberados y libres nueva vez podemos amar, tener fe y estar presentes para quienes nos aman y siguen ahí con nosotros.

Algunos padres al perder un hijo se sumergen en el dolor y empiezan abandonar a los otros hijos. Descuidan el afecto y les agregan más dolor a sus hijos que también perdieron a un hermano.

Algunas esposas entran en duelo al morir uno de sus padres. Son secuestradas por el dolor y se aíslan de su pareja. El duelo requiere tiempo y a veces terapia para superarse. El dolor, otras veces la culpa, la rabia y en ocasiones la vergüenza: son emociones a ser trabajadas en terapia.

La fractura de la fe y los sistemas de creencias son comunes en duelo no resuelto. En toda pérdida, no sólo por muerte, hay un sentido que buscar en el sin sentido. Siempre hay una lección que aprender y una lección de vibrante aprendizaje que nos permitirá ver  que podemos continuar a pesar de la pérdida y que al superarla seremos más maduros y estaremos en capacidad de agregarle a nuestra vida  sentido y ser útiles a los demás.

Así saldremos de las paredes frías y sucias del secuestro de dolor. Abandonaremos la oscuridad de ese cuarto lleno de penas. Caminaremos hacia fuera, con nuestras manos libres y con los ojos con molestias por la luz: seguiremos avanzando a la libertad y al disfrute pleno de la vida, junto a quienes nos aman.

Brillaremos y con nuestros destellos: le mostraremos el camino a quienes lo han perdido por los fuertes vientos y los embates producidos por el duelo y el dolor. Al fin saldremos de ese calabozo, libres del duelo y viviremos con aceptación. 

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