Yo no soy una víctima, no escribo estas líneas para que sientas lástima. No busco tu compasión ni quiero despertar en ti un sentimiento pasajero de pena. No soy una víctima. Solo quiero que entiendas algo que quizás nunca te has detenido a pensar: la verdadera discapacidad no está en mis ojos que no ven, en mis piernas que no caminan o en mis manos que no pueden sostener. La verdadera discapacidad está en la indiferencia que nos rodea, en la falta de empatía que convierte la vida en una lucha constante contra un mundo diseñado para otros.
No hay peor obstáculo que la incomprensión de aquellos que se niegan a ver más allá de sus propias necesidades. ¿Acaso es tan difícil ponerse en mis zapatos, caminar mis caminos y tropezar con los mismos muros invisibles que para mí son montañas? Las barreras físicas son crueles, sí, pero la crueldad más profunda se esconde en la indiferencia que margina, en la mirada que evita cruzarse con la mía, en el gesto incómodo que prefiere ignorar mi presencia.
No sabes lo que duele sentir que tu dignidad depende de la voluntad ajena. Que tu derecho a moverte, a estudiar, a trabajar y a vivir plenamente depende de que alguien decida hacer una rampa o adaptar un espacio. ¿Sabes lo que es sentirte invisible en medio de una multitud? Lo que es escuchar cómo otros deciden por ti, asumiendo que no puedes, que no entiendes, que no mereces?
No escribo esto para reclamar tu lástima. No la quiero ni la necesito. Lo hago porque hay miles como yo que necesitan algo mucho más valioso: respeto. Justicia. Igualdad. Lo hago porque cualquiera puede estar en mis zapatos mañana. Un accidente, una enfermedad, un giro inesperado del destino… La discapacidad no es una marca exclusiva de unos pocos. Es una posibilidad latente en cada vida.
Por eso lucho y seguiré luchando. No contra mi cuerpo, que ya aprendí a amar, sino contra la indiferencia que hiere mucho más que cualquier barrera física. Porque no quiero que quienes vengan después de mí encuentren el mismo camino hostil y lleno de trabas. Porque todos merecemos un mundo en el que podamos movernos sin miedo, sin depender de la buena voluntad de otros.
No soy una víctima. Soy una persona con sueños, con metas y con un grito en el alma que pide justicia. La discapacidad no debe ser una cadena. La cadena está en la falta de empatía y en los derechos vulnerados. Y mientras haya injusticia, mientras seamos ignorados, seguiré levantando la voz, no para que me tengas lástima, sino para que finalmente entiendas.