La política exterior y de seguridad del presidente de EE.UU. hacia la denominada Patria Grande no se caracteriza precisamente por el “respeto mutuo” y la “cooperación internacional”.

Cuando era candidato, Joe Biden se mostró dispuesto a “tender puentes de negociación” con todos los Gobiernos de América Latina y el Caribe en caso de ganar la presidencia, sin embargo, una vez en el cargo, la política exterior y de seguridad del presidente de EE.UU. hacia la denominada Patria Grande no se caracteriza precisamente por el “respeto mutuo” y la “cooperación internacional”.

La de Biden es más bien una diplomacia de las cañoneras, una política exterior que pone el acento en la imposición de sanciones económicas y el establecimiento de acuerdos de seguridad y defensa, tanto para mantener a raya a Gobiernos que considera adversarios, como para escalar posiciones estratégicas desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

Con México y el Triángulo Norte, “mucho ruido y pocas nueces”

El actual inquilino de la Casa Blanca asegura que promueve un “nuevo enfoque” sobre migración. En el documento ‘US Citizenship Act of 2021’ se apunta que es necesario para el Gobierno estadounidense atender la raíz del problema.

A propósito de esta misión es que Kamala Harris, vicepresidenta de EE.UU., y comisionada para articular una estrategia sobre migración para la región centroamericana, expresó durante la 51ª Conferencia anual de Washington sobre las Américas que su país estaba dispuesto a “abordar tanto los factores agudos como las causas fundamentales”.

Pero hasta ahora hay “mucho ruido y pocas nueces”. El programa de desarrollo regional para el sureste mexicano y Centroamérica impulsado por el presidente López Obrador, si bien tiene el visto bueno de su par estadounidense, hasta la fecha no ha recibido financiamiento.

No existe nada concreto sobre los 4.000 millones de dólares que EE.UU. prometió invertir en Centroamérica. Más que incentivar una estrategia de desarrollo con México y los países de la región, todo apunta a que la vicepresidenta prefiere apoyarse en fundaciones filantrópicas para canalizar los recursos.

A finales de abril, Harris convocó a líderes de varias de estas organizaciones, entre ellas, el Fondo de los Hermanos Rockefeller, la Fundación Open Society, la Fundación para una Sociedad Justa, la Fundación Internacional de Seattle y la Fundación Ford para escuchar de viva voz su “experiencia” en “ayudar” a la región.

La organización de estos encuentros se llevó a cabo en medio de fuertes presiones de EE.UU. sobre los Gobiernos de México y Centroamérica, a los que exigió un mayor “compromiso” para contener el flujo de personas, a través de un despliegue masivo de sus fuerzas armadas y de seguridad.

Según lo informado el 12 de abril por la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, el Gobierno hondureño mantiene en las calles a 7.000 elementos de sus fuerzas de seguridad para detener a la población que intenta salir del país; Guatemala tiene instalados 12 puestos de control a lo largo de la ruta migratoria y desplegados 1.500 policías y militares que vigilan la frontera con Honduras; al tiempo que México cuenta con 10.000 elementos de la Guardia Nacional para vigilar la frontera sur.

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