Con los efectos sociales y daños a nuestra salud mental que provoca el CORONAVIRUS: entre cuarentenas, uso obligatorio de mascarillas, se crea una mezcla de miedo y de sentir que los gobiernos nos quitan libertades.  

Se generan conductas irracionales como los que violentan Toques de Queda aquí o los que señalan en USA que es inconstitucional obligarlos a usar una máscara facial. O simplemente ciudadanos que están frustrados con el encierro y salen a hacer ejercicios o pasear la mascota. 

Es una rebelión contra la esclavitud del Coronavirus que te aconseja quédate en casa. En esa paradoja quédate en casa es como decirle a la gente lo contrario.

Tienen más deseo de hacer lo prohibido. Al salir somos los huéspedes potenciales del virus. El comportamiento temerario e irresponsable implica llevarle el virus a la familia, a los amigos, contagiar a los ancianos diabéticos e hipertensos. 

La cuarentena y el encierro desequilibran hasta los que tienen mentes brillantes. No ven objetivamente el peligro. Presionan  para que la vida sea normal. Quieren volver a la Universidad. 

Desean agarrar una tiza o un marcador en las manos, necesitan ir de nuevo a trabajar. Otros enloquecen porque no pueden ir a un bar o discoteca, quieren ir al parque, saludar y apretar otra mano, dar un abrazo, dar un beso o tener un encuentro furtivo con la amante.

 En ese terreno perdemos la cordura y nos exponemos al enemigo invisible altamente contagioso, el que nos espera en la interacción humana. Un enemigo que ha llenado de muertes a las naciones más ricas del mundo. Un virus nunca visto que se come nuestra salud mental. Que está al acecho de que bajemos la guardia.

El encierro desespera al político y al religioso. Zoom no es la vida real. Necesitamos congregarnos. La gente presiona para volver a la normalidad, pero ahora estamos comenzando a entrar a la extensa panza del monstruo. 

La epidemia está tomando fuerza y todo parece indicar que el virus convivirá con nosotros por mucho tiempo. Sólo una intervención divina iluminada como la que alejó al SARS en el 2002 o una vacuna efectiva nos permitirán esa anhelada vida normal que todos queremos.

 Hasta que eso venga: con mascarillas, distancia física, lavado de manos y no salir de casa si no es necesario. Nuestra postura es inteligente, no es cobarde. 

Somos los que con nuestro propio cuerpo reproducimos al CORONAVIRUS. Si le quitamos huéspedes, él no sobrevive. Mientras más infectados aparecen más se dispersa. Calma, no nos desesperemos y no dañemos la contención hasta ahora lograda.

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