Cuando trabajo con una familia que está llena de dolor, observo que en ocasiones se aferran a esa infelicidad. No la quieren dejar ir. 

Se abrazan al dolor y cada miembro hace su aporte para que este junto a la descalificación y la lejanía emocional crezcan: en un medio de cultivo enriquecido con la hostilidad, el rencor, la revancha y la minusvalía.

Varios autores clásicos de Terapia Familiar crearon técnicas novedosas basadas en estas familias que se resisten a los cambios. Quieren llevar el infierno que viven a la terapia. 

El interés es acusarse entre ellos y no hay mucha disposición a cambiar. Esos son los casos difíciles. La mayoría de las familias van con actitud de cambio y empiezan a experimentar mejoría al cambiar las reglas del sistema y a comprometerse con las soluciones pagando el sacrificio que este implica.

Los que se aferran a no cambiar están atrapados en la homeostasis del sistema. Esa tendencia natural de los sistemas a que las cosas sigan igual. 

Existen técnicas para este tipo de casos, pero requieren paciencia, creatividad terapéutica y ver cada caso como muy particular.

Las familias integran pautas o secuencias de conductas que se activan automáticamente. 

Las familias disfuncionales tienen una comunicación inadecuada. No es directa. En ellas reinan el sarcasmo y la ironía. Crecen con verdor las descalificaciones. Se hieren y se magullan los sentimientos. Pueden haber problemas en la jerarquía, y los límites y reglas no están bien definidos.

También podrían tener problemas en la intimidad y la relación con los hijos es caótica. Los padres confunden sus roles en lo parental y en lo conyugal.

La Terapia Familiar ayuda a romper ciclos de dolor y de abuso. Mejora la comunicación para que sea más respetuosa y lleva conciencia hacia la necesidad de que todos deben cambiar, para lograr la felicidad familiar.

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