“Ten cuidado con tener un hijo especial”, fueron las palabras de una de mis maestras de Terapia Familiar, al revisar una tarea escrita donde tenía que hablar acerca de mi familia de origen y la nuclear.
Tenía que describir pautas con cada uno de mis hijos. Esas palabras calaron hondo en mi entrenamiento y comencé a trabajarme para no tener hijos especiales.
A veces tenemos cierta predilección consciente e insconciente hacia un hijo o hija.
Elegimos al primer hijo o hija porque es el mayor, podemos elegir al que se enferma más, al que presentó más problemas en el embarazo, a la más cariñosa; o como Jacob, al primer hijo de la Raquel que amaba.
Al elegir a José, hubo rivalidad y celos en los diez hijos de Lea. Decidieron matarlo, luego lo vendieron como esclavo. Todo porque se notaba mucho que era especial para su padre, aunque probablemente Jacob creía que amaba igual a los doce, pero sus acciones decían otra cosa.
Cuando exploro las alianzas de los padres casi todos contestan lo mismo. Los amo a todos igual. Cuando preguntamos al otro progenitor y a los hijos, ellos perciben alguna predilección, y esa percepción es la realidad para ellos.
El punto de interés es que descuidamos a esos hijos que no son los especiales, descuidamos los afectos y podemos brindarles a esos especiales más oportunidades.
Cuando nos hacemos un análisis crítico, podemos empezar a cambiar y poner más atención a los otros hijos. Darles afectos personalizados, dedicarle tiempo y tratar de persona a persona a cada uno.
La Terapia Familiar es necesaria para cambiar las alianzas. Podemos hacer que cada uno se sienta especial.
Debemos cuidar no tener predilección por un hijo o hija. Así evitamos y disminuimos la rivalidad entre hermanos y logramos hijos que crecen con una fuerte autoestima y seguros del amor de sus padres.