Trabajo cada día con la infelicidad de la gente. Los paños desechables para secar las lágrimas se agotan con frecuencia. Nuestras relaciones que deben ser fuente de amor y felicidad, se convierten con frecuencia en lágrimas y torturas emocionales.

La tortura emocional la sufren los padres cuando sus hijos empiezan a tener conductas inapropiadas. Se tornan violentos, tienen problemas escolares, se involucran en consumo de alcohol y en drogas. Vamos viendo la transformación de una hija o un hijo hacia el fracaso. Los padres impotentes no pueden ayudar a sus hijos con resolverles sus interminables problemas. Siempre justifican sus fracasos y se tornan codependientes, que ya no viven su propia vida. 

Descuidan la intimidad de su relación de pareja y se obsesionan en cambiar al hijo o hija con problemas.

La mujer que soñó con ser feliz con el amor de su vida, hoy es golpeada, vejada, insultada y maltratada. Las relaciones se tornan enfermas y disfuncionales. La obsesión con cambiar al marido se convierte en la razón de vida de esas mujeres que no entienden que ellas son las que deben cambiar.

La infelicidad ahoga a ese hombre que agobiado por los celos persigue a su mujer, para confirmar el engaño. Los celos le perforan el alma. En ocasiones hay indicadores verosímiles de deslealtad y puede ser real; pero otras veces los celos son una creación propia y patológica que ya no se pueden controlar.

Los celos se beben la felicidad de estos hombres. Pierden la tranquilidad y a veces las emociones lo dominan y se convierten en desgracias.

Nuestra infelicidad a veces se viste de uniforme en nuestro lugar de trabajo, sentimos el acoso laboral, las coaliciones perversas de algunas personas y las decepciones de amigos. 

Al entender nuestra incapacidad de cambiar a los demás y enfocarnos en cambiar nosotros mismos, podemos aprender a modificar la manera en que nos relacionamos con otros: para que las relaciones sean más justas. 

También podemos hacernos cargo de nuestras emociones negativas y modificarlas como: la ira, el enojo, y los celos. 

Podemos también dejar las pautas de codependencia con nuestros hijos y familiares y permitir que ellos crezcan y que se hagan cargo de sus propias vidas y que suelten, como dice Haley, las amarras que los unen a nosotros.

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