Hablar con María Antonieta Ronznio es introducirse en una máquina del tiempo y revivir episodios importantes de la vida artística de décadas pasadas.
Santo Domingo, RD.- Cantante y vedette que en la segunda mitad de los años 60 se rodeó de los más representativos músicos y cantantes internacionales que trabajaban en Nueva York, y con los más reputados instrumentistas y figuras del arte y el entretenimiento dominicanos de ese momento.
Hoy continúa haciendo lo que más le gusta, por lo que ha grabado algunas canciones de autores como Julio Alberto Hernández, Luis Kalaff. “Voy a seguir grabando, creo que voy a hacer Paraíso soñado, de Manuel Sánchez Acosta”, comenta la artista, quien fue amiga de estos importantes compositores dominicanos.
Sus ganas de cantar iniciaron prácticamente
con ella, y rememora que fue en su San Juan de la Maguana natal, donde con
siete u ocho años, interpretaba canciones, como “Júrame” o “Estrellita”,
aupada por Francisco Carias Lavandier, padre del trompetista Guillo
Carías.
En ese entonces, comenta, quería ser cantante lírico, y luego realizaría
presentaciones en Radio Caribe, en un programa de canciones italianas.
A la muerte del dictador Trujillo sale del país, encontrando espacio en Nueva York, donde trabaja con los puertorriqueños Raúl Marrero, Myrta Silva, Bobby Capó y Rafael Santos; y con los cubanos Miguelito Valdés y Gaspar Pumarejo.
De hecho, fue elegida La Vedette del año en Nueva York en 1969. Años en que iba y venía de esa gran urbe para actuar aquí junto a figuras de la canción como Marco Antonio Múñiz, Armando Manzanero o Luis Demetrio, con quienes realizaba giras por distintos puntos del país, así como también con los locales Fernando Casado, Joseito Mateo, Milton Peláez, Freddy Beras Goico, Luchy Vicioso, Fausto Rey, y otros.
También fue la voz del trío cubano de música española, Los Romeros, con quienes empezaría una gira por Europa, a principios de la década 70, pero que su matrimonio, con el general piloto Marco Antonio Jiménez Chávez, con quien acaba de cumplir 49 años casados, y dedicarse a su familia, se lo impidieron. “El arte se fue evaporando, porque es muy difícil ser madre y esposa de un militar que llega a alto rango”, explica. “Creo que a todas las artistas nos pasa”, reflexiona, y que no solo a las que están casadas con personas que también son artistas.
Por ello, mediados en la segunda mitad de los años 70 decide dejar el arte, porque, según explica, llegó un momento en que era imposible, por los celos de su esposo, que no quería ver a su pareja en un escenario a la vista de otros hombres.
Pero para llenar ese vacío que dejó el arte, realizó estudios de derecho, periodismo, relaciones públicas, costura y diseño, repostería, cocina, al tiempo que cuidaba y educaba celosamente a sus hijas. “He hecho muchas cosas para tratar de paliar lo que me faltaba del arte, porque yo lo que soy realmente es artista”, dice la cantante.
Pero eso no la impidió seguir aportando y estando cerca del mundo de la música, y siguió cantando en actividades privadas. Una de las cosas que mayor satisfacción le causan es que durante sus 20 años desempeñándose como relacionista pública y encargada de asuntos legales del Conservatorio Nacional de Música, donde fue la creadora de una beca que ayudó estudiantes de los pueblos del interior para que pudieran venir.