Taylor Swift superó este viernes el reto de regrabar y volver a publicar “Fearless”, un disco editado en 2008, para recuperar la propiedad intelectual de su música después de que los derechos de sus primeros trabajos terminaran en manos de un fondo de inversión ajeno a la artista.

El nuevo “Fearless (Taylor’s Version)” suena exactamente igual que el original, aunque con la voz de Swift más madura, e incluye seis canciones compuestas durante aquellos años que finalmente no se publicaron, lo que eleva el listado a casi dos horas de duración.

El lanzamiento supone una victoria para Swift en su batalla por recuperar los derechos de sus canciones, motivo por el que este otoño comenzó a grabar desde cero sus seis primeros discos.

“Este proceso ha sido más lleno de satisfacción y emocional de lo que hubiese imaginado y me ha dado más determinación para regrabar toda mi música”, aseguró entonces la cantante de 31 años.

La historia por la que Swift, única mujer ganadora de tres Grammy al álbum del año, perdió el control de sus propias composiciones es uno de los capítulos más enrevesados de la industria musical.

El primer trabajo de la artista se editó en 2006 bajo el sello de Nashville Big Machine, que tenía control de la mayor parte de los derechos de sus canciones, como es habitual en los comienzos de una carrera.

En los siguientes años, Swift lanzó más discos con este pequeño sello hasta que en 2019 firmó un contrato más ventajoso con Universal Music, que le daba los derechos de lo que publicase en el futuro.

Pero coincidiendo con este cambio, el representante musical Scooter Braun adquirió el antiguo sello Big Machine y todas las grabaciones de los primeros seis álbumes de la artista, varios de ellos discos de platino.

La compra, valorada en 300 millones de dólares, se ejecutó con la participación del fondo de inversión Carlyle Group y fue posteriormente traspasada a la firma de inversión Shamrock Capital, sin ningún vínculo con la cantautora.

Swift fue muy crítica con esa maniobra, que dijo que la despojaba de la obra de toda su vida y culpó a Braun, que representa a otras estrellas del pop como Justin Bieber o Ariana Grande, de ser un manipulador y querer desmantelar su trabajo.

Pero desarrolló una estrategia: Al ser compositora, Swift no tenía el control de las grabaciones pero sí el de las letras, por lo que podía volver al estudio y replicar toda su discografía anterior.

De esta manera, cada vez que se utilice una canción suya en televisión o se reproduzca en una plataforma de “streaming” los beneficios no irán a parar al fondo de inversión que controla su catálogo anterior.  

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