Ramón Rodríguez afirma que tomó el riesgo de salir de República Dominicana por el bienestar de toda su familia.
Ramón Rodríguez es taxista en Nueva York. Tiene 35 años en esta ciudad, pero nació en Los Bejucos, San Francisco de Macorís, provincia Duarte. Desde niño soñó con viajar fuera de República Dominicana y específicamente lo quería hacer a Estados Unidos.
Cuenta que, de los nueve hermanos, siendo el de mayor edad, se vio en la necesidad de arriesgarse por el bien de todos los miembros de su familia. Jamás olvida que salió el 31 de agosto de 1987 con apenas 23 años por cumplir.
Al llegar a territorio estadounidense duró la primera semana sin trabajar, más bien estuvo adaptándose, buscando qué hacer y conociendo el área. En la semana siguiente comenzó a trabajar en una semana en Brooklyn donde permaneció por dos semanas. Su responsabilidad ahí era vigilar que los trabajadores se portaran bien e hicieron las tareas que les encomendaban, así como asegurarse de que no se perdiera nada. Su último trabajo en República Dominicana fue en una posada donde se vendía comida, donde se encargaba de la compra y venta de los alimentos de todo lo que había en ese negocio. Jamás olvida que su nombre era 3900.
Para “ganarse la vida”, como dice, ha tenido que trabajar en muchas áreas, pues afirma que ser un hombre decente y laborioso requiere de mucho sacrificio. Jamás olvida que la zona donde consiguió su primer trabajo era insegura, por lo que se vio obligado a moverse rápido a Manhattan, donde aún reside.
Su segundo trabajo fue en un restaurante como lavador de platos, pero rápidamente fue ascendido a cocinero porque ya venía con conocimientos por su experiencia en la Posada 3900. En apenas dos meses y días se convirtió en el encargado de la cocina. “Como ya le había explicado, anteriormente había tenido experiencia en la posada y eso me ayudó a entender en corto tiempo cómo funcionaba aquí”, explicó.
Luego durar varios años trabajando como cocinero, Rodríguez aspira a tener su propio restaurante. Cuenta que le ayudó mucho que una gran cantidad de personas lo conocían en el área de la cocina, pues había tenido otras experiencias, por lo que cuando llegó ese momento no tuvo dificultad. La experiencia con el restaurante no fue la mejor.
Además de que comenzó con una cantidad limitada de recursos, enfrentó dificultades con personas que vivían en el mismo edificio en la parte superior. Recuerda que los vecinos de arriba abrían la llave de agua para que cayera dentro del negocio y las personas se fueran, lo que le ocasionó pérdida de clientes y una caída en las ventas. Trató de salvar la situación, pero al final tuvo que cambiar su forma de producir.
En medio de esta situación nace su primera hija, en 1992, y el negocio ya lo pierde en 1993. “Tengo dos hijas y mi esposa. Gracias a Dios tengo una familia ejemplar, que hemos logrado llevarla con mucha educación, disciplina, respeto y siempre consciente de lo importante que es respetar las normas. De esa manera es que podemos sobrevivir donde quiera que llegamos”, explica Rodríguez.
Las hijas de este taxista dominicano ya están casadas, con una profesión que les permite trabajar e integrarse a la vida económica de Estados Unidos y, además, apoyar a familias en República Dominicana. Una estudió ingeniería y trabaja en Columbia University, vive en Long Island, y la más pequeña vive en Nueva Jersey, graduándose de médico y trabaja en una compañía. “Todo se logra con una disciplina de trabajo y de respeto. Yo siempre creo en eso, en la disciplina; es la base número uno”, sostuvo.
Un cambio, una decisión
Luego de haber perdido su restaurante, se inicia en el oficio de taxistas en agosto de 1994. Comenzó, como era normal, en una empresa que daba los servicios con las llamadas. Tiene alrededor de 28 años transitando por las calles de Nueva York transportando miles de personas de diversas nacionalidades, incluyendo figuras del arte y la política de República Dominicana.
Afirma que para él ha sido un honor y un placer ser un representante de la comunidad dominicana en Nueva York y hacerlo de manera honrada, así como contribuir, igualmente, al desarrollo económico de su país. Señala que también, partiendo de las labores que realizan, son un soporte importante para la ciudad a través de los impuestos que pagan.
Entre sus experiencias en el área de transporte se cuentan 15 años trabajando en una firma de abogados, cuya función era transportar el personal de noche, mientras que de día se dedicaba a lo mismo en toda el área de Washington Heights, especialmente con servicios específicos y ayudando a personas mayores de edad, así como a niños.
Rodríguez no duda en afirmar que la comunidad dominicana le hace honor al trabajo y pone en alto la bandera de su país, pues se ha destacado en diferentes áreas productivas, del conocimiento y la política.
“Somos personas que le hacemos un gran aporte al país, muchas llevamos el almuerzo preparado en casa y vamos a una factoría y calentarlo para comer, llegando tarde la casa y preparar los hijos para que el día siguiente vayan a la escuela. Creo que a los dominicanos en el exterior hay que ponerle una corona de diez estrellas, pues es una comunidad que es ejemplo de trabajo en el mundo”, afirma.
Considera que muchos dominicanos en Nueva York y en el resto de Estados Unidos sienten que no son lo suficientemente valorados por las autoridades de República Dominicana respecto lo importantes que son para la estabilidad económica del país. “A veces se hacen de la vista gorda para no ver el aporte que estamos haciendo. Estoy ansioso de que llegue un día para que en realidad nos tomen en cuenta y que alguien entienda que hasta para recibirnos en el país debe ser mejor en todos los aspectos”, se quejó.
Enfocado y disciplinado
Su primera meta, al llegar a Estados Unidos, fue hacerle una vivienda sus padres y a los demás hermanos, pues eran jóvenes y menores de edad cuando emigró del país. Para eso, duró mucho tiempo trabajando de 6:00 de la mañana a 6:00 de la tarde.
Cuando formó hogar, entonces trabajó para su familia y lograr su techo. Además, también tiene un negocio en la carretera San Francisco de Macorís-Tenares, cuyo nombre es Bodega 112, número que lo puso porque fue con el que comenzó a trabajar como taxista.
Señala que, aunque ahora trabaja para una plataforma de taxis, mantiene ese número porque le agradece muchas de las cosas que ha logrado en su vida laboral en Estados Unidos.
Sobre algunos momentos difíciles, admite que los ha habido. Aún recuerda la pérdida del restaurante, ya que tuvo que durar 13 años pagando la deuda producto de esa experiencia. Sin embargo, afirmó que es una persona optimista y siempre se mantuvo enfocado en que saldría bien.