Santo Domingo, RD.-El reloj del bulevar de la prolongación 27 de Febrero, considerado por muchos como el rostro de Santo Domingo, es algo parecido al Big Ben, en Londres, o a la Torre Eiffel, en París. Un ícono que a los pocos meses de ser inaugurado perdió el giro de sus manecillas y hoy solo funciona como un espacio para albergar a personas sin hogar y diversas actividades ilícitas.
Su autor José Ignacio Morales, “El Artístico”, lo levantó con esmero. Y en la época de su inauguración, en el año 2000, destacó por la celebración de la creación de un bulevar que representaría un espacio público atractivo para pasar momentos de calidad en familia o de manera individual.
“Actualmente ese reloj amanece lleno de haitianos y tres o cuatro trabajadoras sexuales en abandono, acompañadas de sus pertenencias”, fueron las palabras de dos trabajadores, cuyos nombres prefirieron mantener en el anonimato.
El bulevar cumplió, en su momento, con el objetivo de ser un espacio acogedor en la ciudad, según indican algunas personas que llevan unos 20 años trabajando en sus proximidades. Ahora, al visitarlo, las ruinas, los malos olores, los desechos y muchos aspectos negativos más, son los protagonistas en ese escenario.
“Recuerdo el bulevar con muchos negocios, pero ahora está de lo peor, ya nadie camina por aquí”, fue la expresión de uno de los peatones abordados en el sitio.
De igual forma, las noches se tornan preocupantes para muchos, porque llegan los más destacados en la historia: los llamados ‘palomos”, que tienen el reloj como su “lugar favorito”.
La rutina nocturna de los “palomos”, de acuerdo con las descripciones, es ir al negocio de comida rápida ‘Wendy´s’, cercano al lugar, y tomar los desperdicios; que terminan en el bulevar, aglomerando más basura y contaminación.
Al completar esa primera etapa, aprovechan para “llevar a cabo los atracos” y ataques a las personas que por el entorno merodean. Luego, se dirigen al reloj, que los acoge toda la noche.
Por otra parte, dentro de las preguntas más frecuentes, ante las descripciones de la situación actual del bulevar y la cantidad de desechos que se encuentran en él, está la siguiente: ¿hay alguna persona encargada de la limpieza o que vele por el mantenimiento del lugar?
La respuesta a esto es que sí hay personas que ejercen la función de condicionar el lugar diariamente, dentro de lo que pueden, y esta jornada inicia a las 8:00 a.m. hasta las 11:30 a.m. Se encargan de “barrer y recoger la basura”. Además, el ayuntamiento envía “un día sí y uno no” al camión de la basura para llevarse los desechos.
Una de las encargadas de la limpieza aseguró que cuando comienza su jornada se encuentra con el bulevar cargado de basura y, en ocasiones, “aún se encuentran los hombres que duermen en él”.
Sin embargo, aunque se lleven a cabo intentos por limpiar el espacio, “la policía se lleva a los palomos, pero siempre vuelven”, manteniendo un círculo vicioso y obteniendo los mismos resultados.
El bulevar alguna vez fue seguro
Los transeúntes recuerdan que en su momento hubo policías encargados de cuidar el lugar, pero ahora es un espacio que está “completamente en abandono”, a la espera de que alguien tome cartas en el asunto.
“Esto nos hace sentir mal y nos perjudica como país porque el bulevar es como la cara de Santo Domingo y los turistas vienen y esa es la impresión que se llevan”, a juzgar por lo que dijeron con emotividad los trabajadores más cercanos.
Origen
El bulevar de la prolongación 27 de Febrero es la alfombra que cubre el túnel ubicado entre las avenidas Abraham Lincoln y Winston Churchill. Esta obra fue inaugurada el 29 de marzo de 1999 a través de una adecuada solución vial y tuvo un costo aproximado de $68 millones de pesos.
En un principio se creó un patronato para administrarlo, presidido por Yaqui Núñez del Risco y Marivel Contreras. Los espacios comenzaron a ser alquilados por librerías, tiendas de bienes culturales y de tecnología digital, centros de excursiones y cafeterías. Además, se estrenaban piezas de teatro y se ofrecían conciertos musicales. Los fines de semana se realizaban espectáculos de títeres y teatro infantil al aire libre. Uno de sus grandes atractivos era el reloj diseñado y levantado por el artista romanense José Ignacio Morales. Ese objeto era un símbolo, algo parecido al Big Ben de Londres o a la Torre Eiffel de París. No obstante, a los pocos meses de inaugurado se dañó y ni su propio arquitecto lo pudo volver a funcionar. Hoy en día es un esqueleto obsoleto, demasiado pretencioso y nada significa.
Y justo así, poco a poco, aquella esplendidez nunca antes vista por los capitaleños comenzó a deteriorarse con posterioridad al fallecimiento de Yaqui Núñez del Risco. No aparecían recursos, los alquileres fueron disminuyendo y, en pocos meses, fue abandonado a su suerte.
Años después, José Ignacio Morales falleció y el reloj quedó a la buena de Dios al igual que toda la estructura del lugar. Comenzaron a habitar mendigos, limosneros, delincuentes, proxenetas y traficantes de drogas que, incluso, hacen sus necesidades fisiológicas dentro del otrora esplendoroso paseo.
¿Qué hacer a partir de ahora?
Una de la principal interrogante de este reportaje fue: ¿No es más económico mantener un espacio que restaurarlo luego de que está casi en las ruinas? Pero cuando el daño ya está hecho, la única solución es buscarle “la vuelta” con lo que se tenga.
Por esta razón, el propósito del artículo tampoco es realizar un enunciado de un lugar que antes era digno de admirar, sino también ofrecer soluciones que no requieran más de lo que tal vez estén dispuestas a aportar las autoridades pertinentes. En ocasiones como esta, es de mucho valor escuchar las recomendaciones de artistas y otras personalidades que, de alguna manera u otra, le guardan aprecio a lo que alguna vez fue el Bulevar.
Un ejemplo es el director de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en República Dominicana, Jesús Paniagua, quien definió la situación como un “desafío” por cuestiones de la zona y el tránsito, pero afirmó que hay muchas formas de convertirlo en un espacio cultural y de entretenimiento de la mano de la comunidad artística “que necesita espacios y no los tienen”.
“Definitivamente, ahí se puede hacer un espacio donde artistas emergentes puedan promocionar su música en determinados días y horarios, donde se pueda promocionar la artesanía, por ejemplo, que es algo que está muy descuidado.”, agregó Paniagua.
Por su parte, Elsa Núñez, quien es maestra de la pintura dominicana, compartió que lo primordial es restaurar las esculturas que están muy deterioradas. También resaltó su desacuerdo con trasladar el arte del lugar a un museo, debido a que se podría optar por un paseo protagonizado por las esculturas que ya están allí ubicadas.
Entre los consejos, Tulio Matos, ganador del premio León Jiménez al mejor libro del año 2021 con su novela “Las consentidoras”, incluyó crear un patronato entre empresas que aporten recursos y el Ayuntamiento del Distrito Nacional.
“En segundo lugar, retomar y restaurar lo que había antes y que funcionó muy bien como los espacios de arte con sus murales, y realizar ferias sabatinas en donde los artistas y artesanos puedan vender sus obras”, comentó.
De igual manera, tomando como punto de partida el estado actual del sitio, Ching Ling Ho, arquitecta urbanista especialista en ciudades creativas, consideró que “para revitalizar este espacio y darle uso, se debe de trabajar en muros de aislamientos forestal para la contaminación ambiental, sónica, del aire, y visual”.
Luego de que esta problemática se resuelva, la arquitecta dijo que lo ideal sería planificar un proyecto de rescate de infraestructuras a través de mejoras, recuperar las obras de arte público y crear actividades de animación urbana temporales.
“En caso extremo, convertirlo en un espacio de paseo y nuevo pulmón verde; pero requiere inversiones de infraestructuras de alta tecnología para no afectar al túnel”, finalizó ideando un caso hipotético pesimista.
De manera general, es de vital importancia reflexionar sobre las condiciones actuales de muchos lugares públicos del país y pensar en la cantidad de dinero invertido que fue tirado a la basura por una mala administración.