Es necesario entender que la traición es responsabilidad de quien la comete, pero la culpa es común cuando hay engaños. Después de cicatrizar la herida, vienen los miedos al fracaso.

En el proceso se pueden intentar nuevos comienzos y nuevas decepciones. El perdón es una gracia que damos a quien ha fallado, pero que no se la merece. Lo que espera Dios al perdonarnos es que nos apartemos de la mala conducta.

Cuando una pareja perdona debe esperar un cambio en quien ofendió. Si no se aparta de su falta pone en peligro la relación. Quien perdona debe poner claros sus límites y que habrá consecuencias.

Nuestras heridas en el amor son parte de lo complejo de nuestros sentimientos y de expectativas exageradas que tenemos de nuestro cónyuge. Hemos elegido como pareja a un ser humano que no es perfecto. No le podemos controlar, ni cambiar.

Podemos mostrar que queremos ser tratados con respeto y que habrá consecuencias ante determinadas acciones. Tenemos la libertad de perdonar, evaluar el nuevo comienzo y si no marcha bien podemos tomarnos un tiempo de reflexión, antes de un nuevo comienzo.

Si perdonamos le hemos dado un voto de confianza al ofensor. Quien ofende es quien debe valorar ese gesto por el bien de la relación y hacer cambios. Ambos deben hacer cambios y lograr una mejor relación. Cuando esto no es posible hay que aprender de los errores y hacer una mejor elección en el futuro.

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