No es posible la certeza total. La seguridad a un cien por ciento no se logra. 

Existe la incertidumbre y una cierta probabilidad de que determinados hechos ocurran.

Nuestra imposibildad de tener un control del futuro, nos ayuda a aprender a no preocuparnos por situaciones inciertas que tal vez nunca pasarán, o a prepararnos para disminuir el efecto de aquellas que probablemente ocurrirán.

Las preocupaciones son influidas por el exagerado interés que tenemos en el futuro. A veces son un miedo infundado creyendo que algo va a ocurrir. 

Las preocupaciones se alimentan de nuestros miedos y ansiedades.

Los miedos penetran a los intersticios de un alma insegura. Quien camina con fe en el presente y en el porvenir, tiene el antídoto para espantar el miedo. 

Asumir que no tenemos el control de todo lo que puede suceder, nos ayuda a preocuparnos menos.

En el caso de los hijos, los padres a veces nos preocupamos en exceso y olvidamos que ellos son hijos de la vida (Gibrán), que no nos pertenecen. Forjarán su futuro, tomarán decisiones malas y buenas; afrontarán su propio proyecto de vida. 

Nos toca encomendar su camino a Dios, en tanto que le brindamos apoyo y supervision para su pasaje a la vida adulta y que transiten por la ruta de la responsabilidad, asumiendo las consecuencias de sus actos.

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