‘Se cumple medio siglo de la muerte del mejor guitarrista de todos los tiempos para gran parte de la crítica, revolucionario del rock, icono de la moda, creador de tendencias, tierno, salvaje, elegante y sexual.

España.- La luz que brilla con el doble de intensidad du­ra la mitad de tiempo». Nunca sabremos si es­ta frase, una de las mí­ticas que salpican el guion de Bla­de Runner, habría consolado a James Marshall Hendrix, conoci­do como Jimi Hendrix para la eter­nidad, o habría preferido cambiar una porción de su inmenso talen­to por un camino más largo. ¿Va­le esa eternidad el precio de morir a los 27 años por una intoxicación de barbitúricos y ahogado en tu propio vómito? El debate puede ser tan apasionante como el que se ventila sobre la jerarquía en el vir­tuosismo con la guitarra. ¿Es Hen­drix el indiscutible GOAT (Greatest Of All Time), o es alguno de estos otros: Jimmy Page, Eric Clapton, B. B. King, Keith Richards, Chuck Be­rry, Pete Townshend…? El líder de The Who lo tiene claro: «Jimi modi­ficó el sonido del rock mucho más profundamente que los Beatles. Sin duda, ellos aportaron composición al género, pero Jimi cambió el so­nido de la guitarra». En 1992, la re­vista Rolling Stone declaró que Jimi Hendrix era «el mejor guitarrista de todos los tiempos».

Hace 50 años, el 18 de sep­tiembre de 1970, falleció Hendrix en un hotel de Notting Hill, Lon­dres, la ciudad donde vivió una vida en tecnicolor,dejando atrás una infancia difícil y las penurias neoyorquinas de sus inicios como músico. Aprovechando esta per­cha conmemorativa se publican en España dos biografías: Vida y muerte de Jimi Hendrix (Mick Wall, Alianza, a la venta el 29 de octubre), un texto casi novela­do que explora momentos clave de la vida del artista y de la his­toria del rock de los 60: las dro­gas, las groupies, el movimiento hippie, Woodstock, el posiciona­miento de las estrellas del rock ante Vietnam, Nixon o la lucha por los derechos civiles en Es­tados Unidos; y Stone Free (Jas Obrecht, Libros Cúpula, ya en li­brerías), que se centra en el perio­do más feliz y productivo de este revolucionario en la capital britá­nica, en el curso 1966-1967.

Héroe del «Swinging London»
Jimi Hendrix nació el 27 de no­viembre de 1942 en Seattle. Su padre, Al, destinado con el ejérci­to en Alabama, no obtuvo el per­miso de paternidad y fue encar­celado para evitar que desertara para visitar a su retoño. Su ma­dre, Lucille, lo crió con la ayuda de parientes y amigos. La reagru­pación familiar no se produjo has­ta tres años después, pero no fue aquel un hogar modélico: el alco­hol y las trifulcas estaban a la or­den del día, y el pequeño James, sensible y tímido, sufrió más de un golpe y, tal vez, abusos sexuales. Cuando sus padres se divorciaron en 1951, la justicia entregó a Al la custodia de Jimi y de su hermano Leon. Tras mu­chos excesos, Lucille murió al reventarle el bazo en 1958.

La aventura neoyorquina
Ya por entonces Jimi había prac­ticado con el palo de una esco­ba y con un ukelele con una sola cuerda que rescató de un conte­nedor de basura, con el que to­caba acordes sueltos de temas de Elvis Presley. Tras el falleci­miento de su madre, dejó el ins­tituto, hizo el servicio militar, se compró una guitarra acús­tica por cinco dólares y se aco­pló a diversas bandas de rhythm and blues con las que giró por el país. Sus maestros eran Muddy Waters, B. B. King y Buddy Guy. Idolatraba a Bob Dylan: gastó sus magros ahorros para com­prar el álbum Highway 61 Re­visited.

A mediados de los 60 de­cidió probar suerte en Nueva York, la «gran y retorcida ciudad donde todo lo que pasa es ma­lo». «Aunque no coma todos los días, sé que todo va a ir bien», le dice a su padre en una carta. «Escríbeme. Me siento muy so­lo aquí fuera». Tocando en clubs del Village, inseguro sobre su voz -complejo que le acompa­ñó siempre- pero haciendo ver­siones que superaban las origi­nales, con la guitarra empeñada y el alquiler sin pagar, firmó un contrato leonino sin consejo le­gal con PPX Enterprises que le conde­naría a años de litigios. «Habría firma­do con cualquiera que se le hubiese presentado con un dólar y un bolí­grafo», recuerda su novia de enton­ces, Fayne Pridgeon. Entre sesión y sesión para PPX, volvió a la carretera como músico acompañante. En enero de 1966 regresó a Nueva York para to­car en garitos míticos, como el Chee­tah o Cafe Wha?

Linda Keith, novia de Keith Ri­chards, se fijó en él una noche en un semivacío Cheetah. Aquello fue el co­mienzo de una gran amistad. Linda le prestó una Fender Stratocaster del gui­tarrista de los Rolling Stones para que la probara. Aunque era zurdo, Hen­drix prefería las guitarras para dies­tros porque pensaba que, al fabricarse en menor cantidad, los instrumentos para zurdos eran de peor calidad. Y le presentó a Bryan Chas Chandler, bajis­ta de The Animals, que quedó impre­sionado con la versión de la legenda­ria «Hey Joe» (el tema fue registrado por Billy Roberts en 1962, aunque al­gunos musicólogos sostienen que es una canción de origen tradicional; la investigación sigue abierta). Chan­dler fue un personaje clave, junto al mánager Michael Jeffery, para el sal­to de nuestro protagonista a Londres,

 dejando atrás su caótica banda de Greenwich Village y el nom­bre artístico de Jimmy James pa­ra llamarse Jimi Hendrix.

Las calles del ritmo
«En este siglo, cada década tiene su ciudad. Hoy en día, esa ciudad es Londres», afirmaba la revista Ti­me en abril de 1966. The Beat­les, The Rolling Stones, The Kinks y The Who mandaban en el pa­norama musical. La modelo Twi­ggy marcaba tendencia con su estilo andrógino y Mary Quant in­ventaba la minifalda. La estética dominante era la «mod» (chaque­tas entalladas, jerseys de cuello al­to, parkas y scooters), pero los movimientos hippie y psicodéli­co se iban abriendo camino hacia una nueva modernidad. Carnaby Street y sus calles tributarias del So­ho se convirtieron en el epicentro del Swinging London. Allí acudían a abastecerse de trapillos y dar con­ciertos aquellas bandas.

La primera boutique, His Clo­thes, fue abierta en 1958 por Jo­hn Stephen, diseñador bandera del grupo mod Small Faces y de David Bowie.

The Jimi Hendrix Experience
No todo fue un camino de ro­sas. Su raza, su indumentaria y su abierta sexualidad molesta­ban. Parte de la prensa británica se mostró hostil, los policías le pe­dían su identificación por la calle, los técnicos saboteaban sus reci­tales. Tuvo que soportar califica­tivos como «marica» o «negrata». En noviembre del 66 la banda to­có en la sala The Bag O’Nails. El público (entre quienes se encon­traban Eric Clapton, John Len­non, Paul McCartney, Jeff Beck, Pete Townshend, Brian Jones, Mick Jagger y Kevin Ayers) en­loqueció. Ayers recuerda que lo más fino que se escuchó fue «jo­der» y «hostia». La revista Re­cord Mirror definió a Hendrix co­mo «Mr. Phenomenon».Después llegaron las apariciones televisi­vas en programas británicos co­mo Ready Steady Go! y Top of the Pops y la consagración definitiva en junio de 1967, en el Festival de Monterey, en pleno verano del amor, donde llegó por recomen­dación de McCartney. Había que superar la performance de The Who, con un Pete Townshend po­seído rompiendo su guitarra y el lunático Keith Moon pateando la batería. Hendrix tocó su Strato­caster con los dientes y después le prendió fuego tras rociarla con líquido inflamable.

Consagración y muerte
En Woodstock, agosto de 1969, ya era el músico de rock mejor pagado del mundo. Decidió ce­rrar el festival. Después de más de tres días de tralla sin compa­sión, el LSD y el alcohol habían causado estragos en el respeta­ble (apenas quedaban 40.000 de las 400.000 almas que llega­ron a abarrotar aquella pradera de Bethel, en el estado de Nueva York). Después de ser presenta­do como The Jimi Hendrix Expe­rience, el guitarrista matizó: «No, somos los Gypsy Sun and Rain­bows». Con su chaqueta de cue­ro blanca con flecos, pantalones vaqueros de campana y una ban­dana en la cabeza, tocó dieciséis temas, con «Hey Joe» a los pos­tres, regalando una de las posta­les más icónicas de aquella déca­da de los prodigios. Al abandonar el escenario, se desmayó de puro cansancio.

Quedaban algunos trabajos/conciertos con Band of Gypsys y otras formaciones y el fogona­zo del festival de la isla de Wight, ya atrapado el héroe en las pa­ranoias que provoca el abuso de LSD. Dobló la esquina catorce meses después de aquella pos­tal de Woodstock, grapando su nombre al «club de los 27» (artis­tas que murieron a esa edad, co­mo Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison, Jean-Michel Basquiat, Kurt Cobain o Amy Winehouse). «Jimi ahogado en vino tinto ba­rato. El pelo, los pulmones, los ojos… todo tinto. Jimi completa­mente bañado en vino. Jimi arra­sado en una maraña de sábanas sudadas y estragos de la resaca». Así describe Mick Wall el hallaz­go del cadáver en su libro. Su vi­da fue un pildorazo entre dulce y amargo. El pasado ya no está cer­ca. Pero escuchando su música es fácil concluir que aquella luz que brilló con el doble de intensidad está muy lejos de apagarse.

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