Cuando el presidente Danilo Medina anunció la reapertura económica y le dio la bienvenida a la covidianidad, bien sabíamos que no se había controlado el covid-19 en el país. Sin embargo, el hambre apremiaba y los grupos económicos presionaban. El país desde hace mucho se estaba yendo al piso, y la pandemia exponenciaba su dimensión.
La covidianidad suponía un cambio en el estilo de vida, al conjugar la cotidianidad con el covid. Sin embargo, más de un millar de muertes por coronavirus no ha sido suficiente para que los dominicanos escarmienten y acepten que el mundo cambió, que debemos aprender a convivir con un virus no compatible con las reuniones, las fiestas, los coros, los bonches.
Con casi 65 mil infectados diagnosticados, confirmamos que no estábamos listos para una reapertura económica y menos aún para una covidianidad.
La ignorancia le ha pasado un factura muy alta a las familias dominicanas y al presupuesto nacional, que encuentra en este caos su excusa perfecta para seguir pidiendo préstamos internacionales.
La necedad de muchos ciudadanos que se resisten a corregir sus malos hábitos de higiene, de convivencia social, de respeto a su propia vida y salud, así como la de los demás, ha alimentado la ambición de otros tantos que han visto en esta calamidad sanitaria global la oportunidad para acrecentar sus arcas personales.
Es decir, el caos sanitario provocado por la inconsciencia de la mayoría de un pueblo que le cuesta quedarse en su casa, cuando termina su jornada laboral -porque estamos claros que vivir con el COVID incluye salir a trabajar- , es lo que ha causado la desenfrenada toma de préstamos para “palear la crisis” que cada día se agrava.
Y pienso que, esa es la razón por la cual las políticas de salud para resolver esta crisis sanitaria siempre se toman a medias y fuera del tiempo.
No sirven los toques de queda, porque la gente piensa que “si es que el virus solo sale de noche”, y a las autoridades les falta batuta para macanear a los desadaptados sociales que convierten las calles en bares y discotecas públicas.
En cambio, aplican mano dura contra aquellos que se quedaron atorados en un tapón kilométrico; o contra aquellos trabajadores que sus empleadores despachan tarde y debido a la escasez de transporte o grandes filas en el metro, no lograron llegar a su casa a tiempo.
Mientras eso no resuelva, no sirve construir hospitales exprés ni habilitar más camas, porque esto no significa que al gobierno le interesa más la salud de un pueblo, sino todo lo contrario: le interesa nuevas formas de seguir sacudiendo el erario, mientras sigue tomando medidas erráticas y pusilánimes.
Los hospitales colapsan con 71% de las unidades de cuidados intensivos, a nivel nacional, ocupadas; el 100% de las camas hospitalarias del Gran Santo Domingo y un 98% en Santiago, copadas, según cifras oficiales.
Si al actual gobierno le interesara frenar esta crisis sanitaria, no hubiera dejado a su suerte a este pueblo escaso de educación; ni estaría improvisando con medidas, como pasó recientemente con las pruebas que se practicarían en los aeropuertos, pero que ahora ya no; ahora son los viajeros quienes deben traerlas. Y este es solo un ejemplo.
Entre tanto, se siguen manipulando las cifras a conveniencia, restringiendo o aumentando los números de pruebas; sometiendo a la población a hacer largas filas para hacerse los análisis para detección del covid-19, en el Laboratorio Nacional Dr. Defilló.
Allí se juntan los contagiados -que aún no lo saben- con los sanos, que salen contagiados a raíz de la aglomeración. Cero distanciamientos, total descontrol. Una completa barbarie calculada, que solo luego de cientos de nuevos contagios y la presión de la opinión pública se lograron habilitar más hospitales para la realización de las pruebas. Eso sí, solo con receta. Y para obtener la receta, ¿qué hay que hacer?: El mismo ciclo de exposición al contagio.
A lo anterior se suma el mal manejo de los reportes clínicos, pues no hay controles suficientes para poder auditar correcta y concretamente las clínicas y hospitales diariamente. Pues, como bien dijo, en su momento, el actual ministro de salud, Sánchez Cárdenas, a veces los reportes les llegan con meses de retraso -aunque luego lo desmintió, a juzgar por los hechos creo que en realidad no se equivocó-.
Podríamos citar tantos ejemplos de inconsciencia colectiva así como de indolencia y negligencia estatal que prefiero concluir exhortando a las autoridades entrantes a ingresar con una estrategia gubernamental clara y definida para enfrentar ambos aspectos: el social y el sanitario, pues de lo contrario estaremos dando vueltas en círculos, sin una política política pública de salud eficaz.
El nuevo gobierno, en conjunto con las autoridades de salud y los cuerpos castrenses no solo tienen un gran desafío, sino también un gran oportunidad y obligación de legar a la nación una verdadera COVID-normalidad.
Por: Anny Guzmán