Uno de los músicos más poéticos y originales, cuyas canciones han acompañado a los italianos durante los últimos 50 años

Roma.- Franco Battiato, fallecido este martes a los 76 años, fue uno de los artistas más eclécticos y originales de Italia, un cosmonauta casi místico que probó con todo tipo de sonidos, explorando más allá aquel “centro de gravedad permanente” que tanto buscó.

El cantautor dejó la música en 2017 a su propio estilo, de forma críptica: sin despedidas formales ni dando grandes detalles sobre las razones que le llevaron a ello. Todo comenzó con una caída que le postró en una “larga convalecencia”, según indicó su productora.

Battiato (Jonia, 1947) tenía el aire de una contradicción: su rostro adusto, con esa gran nariz y unos gruesos cristales que enmarcaban sus ojos, escondía un maestro sin miedo que tocó todo tipo de música, desde el rock a la étnica, y deambuló por la pintura y hasta el cine.

Nacido en las faldas de un volcán, el Etna, el Battiato veinteañero dejó su Sicilia natal tras la muerte de su padre, camionero, y se asentó en Milán, la gran capital económica y artística del país, donde conectó con la música y con su generación.

Los orígenes de su éxito sin embargo se remontan a la década de 1970, cuando el siciliano se sumó activamente a las corrientes de experimentación europeas y logró publicar sus primeros discos: “Fetus (1971), Pollution (1972) o “Sulle corde di Aries” (1973).

El ritmo de su producción es frenético desde sus comienzos, pero sería el decenio siguiente, los Ochenta, el que le haría objeto de veneración en todo el mundo, un éxito pronosticado por su triunfo en el Festival de Sanremo con “Per Elisa”.

En 1981 publica “La voce del padrone”, que incluye una de sus canciones más aclamadas y populares, “Centro di gravità permanente”, un tema que asentó para siempre su estilo incógnito, de letra profunda que baila con acordes electrónicos y tribales.

Un año después llegaría “L’arca di Noè” y otra de sus canciones más recordadas, “Voglio vederti danzare”. Luego sería el turno de “Orizzonti perduti” (1983), “Mondi lontanissimi” (1985) o “Echoes os sufi dances” (1985).

El cantautor husmeaba en profundos abismos y galaxias lejanas, mientras se zambullía en la música sacra con su éxito “Genesi” (1987), un tema a tres voces -soprano, tenor y barítono- con letra en sánscrito, persa o griego.

El binomio “experimentación + electrónica + música culta” estaba trazado y seguiría a lo largo de toda su dilatada carrera. El músico era en realidad un “monje cantor” de la Modernidad que se imbuía con frecuencia en los textos de místicos como San Juan de la Cruz y Santa Teresa.

En los noventa, entre discos pop y música clásica, entra en el mundo del cine con la banda de la película “Una vita scellerata”.

En 1991 publica “Come un cammello in una grondaia”, con versiones de Wagner, Beethoven o Brahms y el tema “Povera patria”, que rápido se convierte en himno protesta, al tiempo que trabaja en su segunda obra lírica, “Gilgamesh”, estrenada con ovación en la Ópera de Roma.

Con el nuevo milenio Battiato, siempre camaleónico, se estrena como director de cine con “Perduto amor”, una cinta basada en su isla, Sicilia, en la que sobrevuela sus recuerdos de juventud con su pensamiento metafísico.

Dos años después preparaba su segundo largometraje, “Musikanten”, sobre los últimos días de vida de Ludwig van Beethoven, y publica también un nuevo disco, “Ferro Battuto” (2001).

Muy apegado a su madre Grazia, muerta en 1994, la vida privada de Battiato siempre fue discreta. Ni se casó ni tuvo hijos y compuso como un eremita en su casa de Milo, al calor de la roca volcánica.

En su nómina artística el cantautor no ignoró la política, tema que aborda en canciones como “Bandiera bianca” o “Radio Varsavia”, como opositor del “berlusconismo”. Además fue consejero de Turismo y Espectáculos en el gobierno regional de Sicilia en 2012, en manos del centroizquierda.

Termina cesado después de llamar “putas” a las parlamentarias italianas en la Eurocámara y de arremeter contra toda la clase política de su país.

Sus canciones han sido traducidas a numerosos idiomas, también al español. Su último disco salió en 2019, con catorce versiones sinfónicas de algunos de sus himnos más recordados, y un inédito.

Sonaba de hecho a despedida, aunque su título vaticinaba lo contrario: “Torneremo ancora” (regresaremos de nuevo), una promesa que no ha cumplido, aunque en realidad el maestro nunca se irá del todo.

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