Una cantidad enorme de mujeres mueren cada año en este país a manos de hombres con los que han tenido alguna relación sentimental.
Sin tomar en cuenta las estadísticas y basándome únicamente en los feminicidios que se han hecho eco en medios de comunicación, es importante decir que: en la mayoría de los casos de muertes de las féminas dominicanas por violencia de género, niños y adolescentes quedan huérfanos y traumados, por perder al ser que los trajo al mundo y peor aún, si la persona que le arrebata la vida es su a padre.
Muchos hacen alarde de lamentar los casos tan deprimentes como los mencionados anteriormente. Sin embargo, cuando el agresor es pariente, amigo o quizás compañero de trabajo de alguien, existen personas que pierden la humanidad defendiendo lo indefendible. Ser parte de un gremio no nos hace más ni menos culpables. Cuando las evidencias hablan por sí solas, que pague quien tenga que pagar. Es lo que considero justo. Sea cual sea el motivo, no es ni será jamás justificable, el maltrato o el asesinato de ninguna mujer.
Insisto en que no hay razón alguna que justifique arrebatarle el derecho a la vida que tiene un individuo, sea de un sexo o de otro. Sin las redes de apoyo a las que primero acuden las víctimas de violencia, no es posible salvaguardar vidas. No se concibe que los tenemos el Don, el privilegio o la responsabilidad de informar, dejemos sola a una mujer que está rogando por la oportunidad de seguir viviendo.
A pesar de amenazas sutiles, decimos no. No dejaremos sola una mujer que suplica por ayuda, aunque se cierren puertas, porque Dios es el dueño del mundo y es el único que da y quita. Y si eso nos convierte en seres despiadados según el criterio de algunos, mucho me temo que no son reales tantas lamentaciones en público. Me atrevo a decir entonces que, entre la clase de movimiento económico de mi provincia, existen varios Judas Iscariotes.