En la terapia le asigno una regla general a las parejas. Yo la he seguido. “No discutir nunca”. Nuestra cultura fomenta las discusiones.  

Queremos creer que tenemos la razón.  Pisoteamos las opiniones de los otros. Ofendemos, herimos, no toleramos. De la mano con la discusión viene el abuso psicológico y físico, generalmente, como corolario. 

Una prescripción que pregonaba el grupo de Milán, plantea como tarea universal la salida a solas de la pareja, sin los hijos. 

Luego de la llegada de los hijos el espacio de la pareja se reduce. Se afecta la intimidad y la rutina ahoga los cimientos de la relación y la dinámica romántica con la que se empezó.  

La regla de Milán aconseja salidas a sola con la pareja. Buscar nuevos espacios de intimidad y tener encuentros solo la pareja, para compartir conyugalmente. Es un compartir no sólo en lo sexual, sino también las salidas románticas y hasta las casuales.

En terapia también vemos cómo muchas parejas le dan cabida a que familiares incidan en su relación, ya sea porque conviven en familias extensas o porque son muy fusionados con algunos parientes, los cuales interfieren en los conflictos de pareja, aunque físicamente no vivan juntos.

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