Nos han vendido un ideal inexistente de que no podemos tener miedo. El miedo lo llevamos en nuestros genes desde las corridas primitivas que nos dieron las enormes bestias que nos obligaron a escondemos en cuevas. 

Los inexplicables fenómenos naturales nos crearon ese terror que se cuela en nuestra especie y en los animales.

Si viéramos el miedo como una emoción natural que nos invita a protegernos del peligro o que nos da la alarma de situaciones novedosas a las que no estamos acostumbrados. Ver el miedo con una cara humana ayuda. 

No es un monstruo, ni una bestia. Es alguien que podemos sentirlo con nosotros y vamos a seguir siendo activos y realizadores. Una de las cosas que he aprendido del miedo es que no me preocupa sentirlo. 

No me dejo aterrar. Hago lo que tengo que hacer aunque sienta algo de miedo.

Creo que el miedo cuando tiene hambre se alimenta de miedo. Lo que engrandece al miedo y a las fobias es que evitemos y hagamos esfuerzos en no sentirlo. Con ese esfuerzo, el miedo se engrandece. 

Si llegamos a permitir que venga, descubriremos que le dañamos la fiesta al miedo. Al aceptar que puedo sentir miedo le quito su poder y puedo entender que es una emoción que me pertenece, pero que puedo funcionar, y no me voy aislar y no dejaré que el miedo me impida amar.

No permitiré que por miedo al fracaso me quede sin intentar y volver a arriesgarme a una nueva relación; a un cambio de trabajo, o a superar una disfunción sexual. Puedo vivir sin miedo al fracaso. Puedo vivir sin terror al futuro y disfrutar el presente.

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