Los ciclos no tienen principio ni fin. Creamos ciclos de dolor que se repiten y no vemos las fases porque vivimos dentro de los ciclos. Se repiten las mismas pautas. Te grito y tú me gritas. Te ofendo y me ofendes más. Descubro tu punto débil, tu herida sensible y la presiono para que te duela y la otra persona se aísla, sufre, se entristece.
Otro ciclo es el terror. El lobo que intenta comerse a Caperucita, agrede, amenaza y la víctima se esconde, no se defiende esperando ser devorada.
En los celos se dan ciclos. La inseguridad, la sospecha, la persecución, el sufrimiento, la molestia de la otra persona. Pero se repite y repite y causa dolor en ambos. Creamos nuestros ciclos de dolor y se convierten en cárceles y barrotes. Así convertimos nuestras vidas en teatros, en dramas de dolor con nuestros hijos como espectadores.
Me acerco y te alejas y así somos leales al sufrimiento.
El ciclo de las ofensas y rupturas frecuentes. Las reconciliaciones completan el ciclo. Luego la Luna de Miel como en el ciclo de la violencia, hasta que una nueva crisis o tensión provoca que se dispare la agresión, la culpa «Tu te lo buscaste, me provocaste, perdóname, no lo haré más» La gran mentira de los ciclos, ya que se repiten y repiten.
La Terapia ayuda a cambiar pautas y reglas del sistema para provocar cambios o en caso contrario que la persona atrapada haga conciencia, pueda liberarse y sanar.
Al igual nos atrapan los ciclos del miedo y las fobias. Cada vez que nos exponemos a la situación cónica se dispara la ansiedad incontrolable. Luego buscamos alejarnos de la situación hasta que se repita el ciclo. Necesitamos ayuda en estos ciclos.
La Terapia es una mirada, desde afuera del ciclo del dolor que nos puede mostrar el camino más claro y nos permite cambiar pautas en la pareja y la familia, para espantar el dolor traicionero que acude como ladrón escurridizo a robarse nuestra felicidad.