Mientras la administración de Joe Biden lleva más de 2 años vaciando los arsenales estadounidenses para abastecer a los aliados extranjeros envueltos en guerras, a los funcionarios del Pentágono les preocupa cada vez más la propia preparación militar de EE.UU. y su capacidad para responder en caso de un nuevo conflicto en el extranjero, especialmente en el Pacífico. De acuerdo con The New York Times, las numerosas entregas de diversos tipos de armas y medios de defensa a Ucrania e Israel han reducido considerablemente el arsenal estadounidense. Entre las armas con cierta escasez figuran los misiles táctico-operativos ATACMS, así como sistemas de defensa antiaérea Patriot. CNN: Nueva lista de armas de EE.UU. para Ucrania incluye misiles de largo alcance JASSM CNN: Nueva lista de armas de EE.UU. para Ucrania incluye misiles de largo alcance JASSM Este hecho es una de las razones por las que Biden sigue resistiéndose a las constantes peticiones de Kiev de autorizar ataques en el interior de Rusia, ya que, según funcionarios del Pentágono, EE.UU. simplemente no puede suministrar a Ucrania más misiles de largo alcance sin afectar las reservas para sus propias tropas en caso de otros posibles conflictos. Además, al Departamento de Defensa también le preocupa que los conflictos en Oriente Medio y en Ucrania estén desviando recursos de la región del Pacífico, en medio de la creciente preocupación de los militares estadounidenses por una posible operación militar de Pekín en Taiwán o un conflicto más amplio en la región. “Es necesario contar con una amplia gama de equipos y municiones para la disuasión en Taiwán y el mar de la China Meridional, y si la disuasión falla, tenemos que luchar. Pero ahora mismo no estamos pensando en eso”, explicó Seth G. Jones, vicepresidente senior del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, señalando que el Gobierno estadounidense “está operando como si fuera un entorno de paz, pero no es así”.

PorRT en Español

Oct 18, 2024
Desde el 18 de octubre de 2019 se empezó a hablar, como nunca antes, de cambiar la Constitución o de reconocer a pueblos originarios. Un lustro más tarde, la realidad es otra.

“Estuvimos en el Ministerio de Educación en reunión y a la salida era otro país“, así describió el presidente del Colegio de Profesores de Chile, Mario Aguilar, lo vivido en el estallido social, que este viernes 18 de octubre cumple cinco años. La primera mecha encendida fue la de unos jóvenes que empezaron a brincar por encima de los torniquetes del Metro de Santiago. Con esa acción, dieron un salto a la historia.

Pero a cinco años del estallido social en Chile, más que recordar las enormes movilizaciones, la contumaz represión o los cuantiosos actos vandálicos, se abre un abanico de preguntas: ¿qué cambió en la nación?; ¿cuáles reclamos ciudadanos fueron acogidos?

“En ese momento nadie podía proyectar eso como en lo que finalmente terminó”, declaró el expresidente del Senado, Jaime Quintana, en el capítulo uno de la docuserie ‘El mes más tenso’. Pero, ¿qué fue “eso”?

Una “explosión de descontento”

Para Isabel Castillo, profesora asistente en el Departamento de Estudios Políticos de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile, la respuesta es clara. “Una explosión de descontento y de malestar que no tenía conducción”, expone a RT.

Y es que, contrario a la naturaleza de las protestas en América Latina, especialmente a finales del siglo XX, el estallido social no tenía oradores ni voceros. Una manifestación acéfala que se organizaba con el pasar de los días entre diversos gremios.

“Fue una demostración de que el sistema político no era capaz de resolver ciertas demandas y eso me parece que se mantiene”, asevera Castillo, a pesar de que se dieron dos procesos constituyentes. Ambos rechazados por la ciudadanía.

Para el 52 % de la población, las demandas que originaron el estallido social eran completamente justificadas, de acuerdo a un estudio especial de la encuestadora Criteria. Un 25 % las cataloga como totalmente injustificadas.

“En la sociedad me parece que no se puede hablar de grandes cambios. El malestar sigue existiendo respecto de causas reales, sobre mejoras de vida, demandas de mayor ética en la función pública, en mayor empatía”, añade la experta.

¿Sin cambios?

Durante su cuenta pública anual ante el Congreso Nacional, el pasado 1° de junio, el presidente Gabriel Boric reconoció que las exigencias “siguen tan vivas y vigentes como antes”. Incluso se atrevió a mencionar algunas de ellas.

“Malestar con la política, pensiones dignas, mejor salud, mayor justicia social, igualdad de género, reconocimiento de los pueblos originarios, cuidado del medio ambiente”, indicó.

Así lo valora también Castillo: “No han sido muchos los cambios en cuanto a políticas que se discutieron. De hecho, todavía se discute la reforma de pensiones y otras no han visto la luz”.La reforma previsional es, posiblemente, el mayor símbolo de las movilizaciones callejeras de octubre de 2019, aparte del anhelo de un nuevo texto que sustituya a la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet.

Desde hace varias semanas es tramitada en el Senado, donde la Comisión de Trabajo y Previsión Social debate diversos puntos de la propuesta, con la cual se busca mejorar la rentabilidad de los fondos de pensiones.

Así que, de momento, Boric no ha logrado pasar en el Parlamento bicameral chileno ninguna reforma de peso. A su vez, Castillo refiere un “par de cambios concretos que podrían tener eventualmente unos efectos en el mediano plazo”.

“Se bajó el ‘quorum’ para reformar algunas partes de la Constitución o ciertas leyes. Esto podría abrir esa vía de reforma de la Constitución. Y se reintrodujo después de todos estos procesos constituyentes el voto obligatorio”, señala.

La mutación

Castillo, así como otras analistas, ha observado en la reinstauración del voto obligatorio una causa de la metamorfosis acontecida en Chile desde octubre de 2019. En ese entonces, agobiado por las inmensas protestas, el entonces mandatario Sebastián Piñera optó por permitirle a la ciudadanía que se expresara en las urnas.

Para octubre, pero de 2020, una abrumadora mayoría de los votantes (78,25 %) estuvo a favor de tener una nueva carta magna. En mayo de 2021 se eligieron los integrantes de la Convención que se encargarían de redactarla. Y, a finales de ese año, Boric ganaba las presidenciales con el 55,8 %.

Una época que en Chile, y varios rincones de Latinoamérica, veían como los albores de un movimiento progresista que demolería los cimientos del neoliberalismo de los Chicago Boys. Sin embargo, el péndulo dio un vuelco.

Luego del fracaso del primer proceso constituyente, encabezado por independientes y centristas aglutinados en la izquierda oficialista, fue el turno de la ultraderecha. Bajo el liderazgo de José Antonio Kast, el segundo intento estuvo abanderado por la misma agrupación que realzaba el legado de Pinochet y deseaba mantener el texto.

“Creo que tiene que ver con la parte del electorado que ahora tiene que votar y antes probablemente se abstenía”, explica Castillo sobre el resultado. “Un electorado no muy ideológico ni necesariamente interesado en política que tiende a apoyar a actores nuevos“, estima.

La politóloga chilena valora ese voto como una “expresión de descontento con la clase política, con el sistema político, más que con el apoyo hacia un proyecto político particular”.

“Inicialmente Boric representaba la novedad, después fueron los independientes y luego la ultraderecha. Tiene que ver no por las ideas que defendían sino porque era darle la oportunidad a otro sector nuevo. De hecho, evidentemente tampoco había apoyo para esa idea y por eso también se rechazó“, agrega.

¿Y el rol de Boric?

Pocas veces un jefe de Estado genera tantas expectativas como las que rodearon a Boric, elegido poco tiempo después del estallido social, recordado por ser una figura de las protestas estudiantiles pretéritas y la cara —como el presidente más joven en la historia del país— de una nueva era para Chile.

“Él debe buena parte de su éxito a lo que ocurrió allí”, afirma la especialista sobre lo sucedido a partir de octubre de 2019. “En la elección seguía estando el espíritu del estallido y eso le ayudó“, considera.

Aunque matiza que “difícilmente” hubiese habido un “gobierno de continuidad de derecha”. Las marchas, la actuación de las fuerzas del orden y los multitudinarios plantones en la Plaza Italia, en Santiago, resquebrajaron la imagen de Piñera y con él la de todo el conservadurismo chileno.

RT en EspañolEl rival de Boric, que lo superó además en primera vuelta, fue Kast, quien “tiene muchos detractores”, apunta Castillo. Sin embargo, desde la oposición ha logrado establecerle la agenda al Ejecutivo.

“El estallido marcó la primera fase de su Gobierno (…) tras la derrota de ese proyecto constitucional se vieron forzados a hacer un cambio de rumbo y priorizar otras agendas más vinculados a la seguridad“, asegura.

Kast, propulsor de la mano dura y partidario de las políticas del mandatario salvadoreño Nayib Bukele, instaló los temas. Amparado en un alza de la inseguridad, pudo sortear la marea del estallido social e impuso el discurso de la ultraderecha moderna.

Continuidad de crisis

Declaraciones antiinmigrantes incendiaron platós de televisión y mayormente redes sociales, donde el Partido Republicano de Kast dedica horas para promocionar medidas como la construcción de un muro en la frontera con Bolivia.

“¡El 18 de octubre del 2019 fue el día de la vergüenza nacional!”, escribió Kast el jueves en su cuenta oficial en X, en el que divulgó un video de su partido en el que se ve cómo agreden a un carabinero.

Kast, quien en el pasado alabó la gestión de Pinochet, omite en sus alocuciones el “uso indiscriminado e indebido de escopetas cargadas con munición altamente lesiva, dejando miles de personas heridas y más de 400 personas con trauma ocular”, como consignó la oenegé Amnistía Internacional en un informe.

En ese sentido, en la víspera, un tribunal le prohibió salir del país a los generales en retiro de Carabineros, Ricardo Yáñez, Mario Rozas y Diego Olate, al estar imputados por el presunto delito omisivo de apremios ilegítimos con resultado de lesiones graves y homicidio, por su actuación en la represión.

“El estallido fue una crisis que se juntó con otras, coincidió con la pandemia, la situación migratoria, que han generado diversos cambios, entre ellas muchas demandas por seguridad”, cavila Castillo.

Una reflexión compartida por el propio Boric. “Las llagas y las demandas del estallido aún estaban vivas, y el proceso constitucional recién iniciaba su marcha, cuando sobrevino otra crisis inesperada: la pandemia del covid-19”, dijo en su cuenta pública.

Eventos, especialmente el estallido social, que según Boric “manifestaron una crisis profunda de las bases mismas” de la convivencia, la democracia y la economía de Chile.

Cinco años después, la ilusión del pueblo se desvaneció. Un 44 % juzga como positivo para la nación el estallido social. En julio de 2020 era un 67 %. Esa arenga de “Chile despertó” que se veía en incontables pancartas, queda lejos de la actualidad.

“Era malestar acumulado por mucho tiempo, estas cosas son más bien lentas que no se dan a cada rato. Los costos fueron altos en términos de violencia y de frustración, se puso esperanza en que podían cambiar cosas y después no pasó mucho”, sopesa Castillo.

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