Reproducimos nuestros modelos de relacionarnos de una generación a otra. Hay familias que tienen patrones muy tensos de relacionarse. Se han acostumbrado a discutir, y herirse con las palabras.

 En otras familias es muy común el tipo de comunicación culpabilizadora. En estas los mensajes siempre están sazonados con un ingrediente extra: la culpa. 

Cuando se aborda a alguien y el inicio de la conversación es hacerlo sentir culpable, lo pondremos a la defensiva. El diálogo civilizado no será posible, lo que se avecina es tremendo enfrentamiento de palabras y ofensas.

Cuando en una familia o relación de pareja, se ha heredado un patrón de relacionarse lleno de desconsideración, en el cual las ofensas y el dolor emocional nunca faltan, tendremos relaciones tensas, irrespetuosas, con palabras y frases hirientes, gestos ofensivos; confrontándonos como enemigos y alejando cualquier comprensión y manifestación de afectos.  

Cuando se establece el ciclo de relacionarse tan patológico que hemos descrito, ya no hay comienzo ni fin. Simplemente el ciclo se repite y se repite automáticamente, como un juego, en sentido terapéutico, o sea una secuencia de conductas que terminarán siempre en los mismo, que en este caso en una forma inadecuada de relacionarse llena de ofensas, malquerencias, insultos, y mucho dolor emocional.

¿Por qué nuestras relaciones deben ser tan desgraciadas? 

Después de establecido el juego es conveniente un proceso de terapia familiar sistémica, ya que los terapeutas familiares no nos enfocamos en las conductas individuales, sino que vemos el problema en el sistema familiar o en el sistema de la pareja. 

Las conductas tienen sentido en el contexto y es parte del ambiente el patrón de relacionarnos inadecuado que cada miembro de la pareja ha traído desde su familia de origen.

 Luego que se establece la nueva familia  esas pautas de relación incorrectas son integradas a la nueva estructura familiar y aquello que odiábamos, lo que nos hizo sufrir, las relaciones dolorosas, las integramos en nuestra vida, para ser leales a la infelicidad que reinaba en nuestras relaciones primarias. 

Solo con un proceso de terapia familiar bien orquestado se puede romper con estos juegos que nos esclavizan para repetir esas pautas que pasaremos a nuestros hijos y a las siguientes generaciones de nietos y biznietos. 

El cambio es posible, y debemos procurar modificar nuestras pautas de relacionarnos que son dañinas y que nos causan infelicidad. Logar un clima de diálogo y de respeto mutuo sería la meta. 

Erradicar la violencia del ambiente familiar, no golpear a nuestros hijos ni a nuestra pareja y evitar los sermones que maltratan la dignidad de la gente. 

Controlar lo que decimos que sabemos que va a herir a quienes amamos. Sacar de nuestra cultura la famosa “pela de lengua” que con tanto orgullo trota en nuestros barrios y residenciales. 

Debemos procurar relaciones humanas civilizadas y no repetir las pautas de nuestras familias de origen cuando no fueron armoniosas y con respeto a las demás personas.

Mejoremos una mejor forma de relacionarnos con nuestros hijos, nuestra pareja y amigos; y como se desprende del pensamiento de Jesús: aún a nuestros enemigos debemos tratarles con respeto.

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