Tokio se promovió como una opción segura para ganar la sede de los Juegos Olímpicos hace siete años y medio.

“La certeza fue un factor clave”, dijo en aquel entonces Craig Reedie, quien era vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, tras la votación realizada en 2013, en Buenos Aires.

Nada parece seguro este miércoles, a 100 días de la inauguración de los postergados Juegos. Pese a los crecientes casos de COVID-19, los múltiples escándalos y la abrumadora oposición pública en Japón hacia la realización de las justas, los organizadores y el propio COI se empeñan en seguir adelante.

Los Juegos Olímpicos que Tokio realizó en 1964 fueron una vitrina para mostrar la rápida recuperación de Japón tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial. La nueva experiencia olímpica en la capital japonesa quedará marcada por notas al pie de la página.

Desde luego, los deportistas harán su mejor esfuerzo, pero las metas en los Juegos serán más bien modestas: Realizarlos, impedir que el evento se salga de control y avivar algo del orgullo nacional, dado que todos saben que pocos países además de Japón hubieran podido sacar esto adelante.

“El gobierno está muy consciente de la forma en que el mundo mira a Japón”, explicó en un correo electrónico el doctor Gill Steel, quien imparte la cátedra de ciencias políticas en la Universidad Doshisha de Kioto. “Cancelar los Olímpicos se habría considerado en cierto nivel como un fracaso público en la escena internacional”.

El precio será alto el 23 de julio, cuando los Juegos se pongan en marcha.

Según cifras oficiales, el costo es de 15.400 millones de dólares. Es difícil rastrear los egresos en un evento de esta índole, pero varias auditorías gubernamentales sugieren que en realidad la cifra mencionada habría ascendido al doble.

Y salvo por 6.700 millones, el resto correspondería a fondos públicos.

El COI, con sede en Suiza, genera 91% de sus ingresos por la venta de derechos de transmisiones y patrocinios. Ello representa al menos 5.000 millones de dólares en un ciclo de cuatro años, pero el flujo de ingresos a partir de cadenas como la estadounidense NBC se ha frenado por la posposición.

¿Y qué conseguirá Tokio con este circo deportivo de 17 días?

Está prohibido que asistan aficionados de otros países. La actividad turística está prácticamente paralizada. No hay forma de que siquiera los lugareños aprovechen la ocasión para hacer fiestas.

Se ha pedido que los deportistas lleguen tarde, se vayan temprano y acaten durante su estadía una larga lista de reglas.

También hay un costo en reputación tanto para Japón como el COI, por un escándalo de sobornos, cambios de planes y comentarios sexistas por parte de dirigentes del comité organizador.

El COI apuesta a que Tokio sea una distracción — “la luz al final del túnel de la pandemia — con una ceremonia de clausura que se realizará apenas seis meses antes del inicio de los Juegos de Invierno en Beijing, ahora bajo amenaza de boicot.

Diversas encuestas indican que hasta el 80% de los japoneses son partidarios de una cancelación de los Juegos o que sean pospuestos otra vez. Muchos científicos se oponen.

“Lo prudente es no realizar unos Juegos Olímpicos ante los riesgos considerables”, dijo a AP el doctor Norio Sugaya, un experto en enfermedades infecciosas del Hospital Keiyu en Yokohama.

La campaña de vacunación en Japón está en pañales, con escasas dosis aplicadas antes de la inauguración. Tokio acaba de elevar su “nivel de alerta”, con un pronóstico de otra oleada durante los días de la ceremonia de apertura.

Alrededor de 9.500 decesos en Japón han sido atribuidos al COVID-19, una cifra que es considerada como buena al compararla con el resto del mundo, pero por debajo de los estándares de la mayoría de países asiáticos.

¿Y cuál será el impacto del ingreso de 15.400 atletas olímpicos y paraolímpicos procedentes de mas de 200 países y territorios, junto a miles e dirigentes, jueces y enviados de prensa?

“Los riesgos son elevados en Japón. Japón es un sitio peligroso, no es seguro para nada”, advirtió Sugaya.

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