Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía. (Job 3:25)
Los miedos son emociones destructivas. Nos paralizan, aunque en bajas dosis son útiles y nos advierten del peligro.
Los miedos son los que desencadenan las fobias y las ansiedades. Pueden llevarnos a ataques de pánico. En esos ataques puede haber la sensación de muerte, se pueden presentar taquicardia y síntomas diversos como los gastrointestinales y otros.
La duda y los miedos son comunes en las relaciones de pareja. Personas inseguras son torturadas por los celos. El miedo al abandono mortifica y pone en ascuas al alma temerosa.
El amor requiere libertad y fe. Esa confianza en la otra persona y esa libertad que no requiere cadenas. Por más que amemos a alguien no podemos obligarla a estar con nosotros.
El apego excesivo nos hace débiles y dependientes, nos limita la vida independiente a nosotros mismos y a quien está atado bajo el yugo de un apego patológico.
Al amar a alguien, hay que dejar un espacio para la libertad. No hemos comprado un amor que nos pertenece. Estamos con alguien que voluntariamente está con nosotros; pero que sus intereses y afectos pueden cambiar en el transcurso dinámico de la vida, enfermedades, crisis de ciclos vitales y crisis existenciales.
Debemos tener fe en el amor y no miedo. Disfrutarlo a cada instante mientras brota y nunca descuidar la autoestima y el amor propio.
Los miedos nos destruyen, nos inmovilizan, anuncian desgracias y catástrofes que nunca ocurrirán o autoprofetizamos situaciones catastróficas, que con nuestra propia conducta favorecemos que ocurran.
Contrario a temer perder a quien amamos, debemos vivir dando lo mejor de nosotros a esa persona y hacer los cambios y sacrificios que requiera la relación para que funcione adecuadamente.