La familia de origen, aquella donde nacemos y nos críamos, determina en gran parte lo que somos. En ese ambiente que abarca lo educativo, lo cultural con sus costumbres; y lo emocional: vamos configurando un carácter y una personalidad. 

Vamos asumiendo pautas que las llevaremos a nuestros futuros escenarios de vida, incluyendo la familia nuclear que formaremos.

En esa escuela emocional que es la familia, los padres debemos hacer conciencia de que nuestros hijos van aprendiendo nuestras formas maduras de afrontar los conflictos y problemas o van aprendiendo nuestras formas inmaduras e infantiles de conducirnos. 

Padres que chantajean a sus hijos y cónyuges, asumen poses inmaduras. Separarse con frecuencia del cónyuge. Dormir en camas separadas, irse de la casa donde los padres; reconciliarse para luego romper y volver: son juegos infantiles que le vamos enseñando a nuestros hijos, para que ellos también los jueguen de adultos con su pareja y con sus hijos.

La Terapia Familiar nos ayuda a descubrir ese mundo emocional que hemos ido creando al calor de la familia de origen. Podemos quedarnos con lo mejor y desechar aquello que nos causa dolor y le causa desdicha a quienes nos acompañan: nuestros hijos y pareja.

La Terapia Familiar está enfocada al cambio. Es sistémica. Siempre procuramos trabajar con la pareja, sólo a veces con un sólo cónyuge, cuando el otro no quiere asistir. Se trabaja con la familia, con los hijos. Se pueden integrar otras generaciones, como abuelos o tíos, de acuerdo al tipo de familia.

Al entrar en el conocimiento de nuestra familia, aprender a escucharnos, cambiar reglas dañinas en el sistema,  y respetar la historia de otros: abordamos el tren de cambio para crecer y ser mejores hijos, mejores padres y mejores esposos.

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