No pretendo profundizar filosóficamente en esta pregunta. Quiero traerla a la educación en salud. Mostrar lo grave que es el CORONAVIRUS, ver 2000 muertos en un día en algunos países, escuchar que en USA ya van 40,000 muertos, que el virus puede dañar tu corazón, pulmones, riñones o cerebro: eso no es suficiente para que la gente deje de aglomerarse, salir en Toque de Queda o que los americanos salgan a las playas después de tantas restricciones.
Cuando el SIDA apareció en el 1981 había mucho terror y pánico. Nadie quería enfermarse de esta enfermedad. Había miedo, terror. Sin embargo, la conducta sexual ha seguido siendo promiscua, ha sido difícil el uso del condón y luego de aparecer varios antiretrovirales la gente sigue enfermando por millones en el mundo y muchos no utilizan preservativos y tienen prácticas sexuales de riesgo para infectarse por VIH.
Para amar a Dios el miedo tampoco funciona. El corazón se endurece. A Dios se le busca por amor y no por miedo.
Con el Coronavirus, muy relacionado con el comportamiento humano, observamos que hay que cambiar muchos hábitos y que el miedo como factor educativo no funciona.
En las redes se ven personas ahogadas en sus secreciones, suplicando oxigeno; otros mueren súbitamente en público, vemos a otros en máquinas para respirar: nos inquieta, pero el miedo no nos educa, no nos cambia. Por eso las aglomeraciones y el no uso de mascarillas en algunos o el poco lavado de las manos.
Cuando amamos a los demás genuinamente podemos ser empáticos y cuidar a otros. En la medida en que me contagio puedo contagiar a mis hijos o a mis vecinos. Sin embargo, podemos amar pero no tener la disciplina para cambiar. Mantenerse en la casa, lavarse las manos, desinfectar lo que compramos y no recibir visitas.
La disciplina para hacer cambios no tiene que ver con el amor. Personas pueden confundir el amor con no poner límites o con la permisividad hacia los demás.
Cuando adquirimos conciencia y pasamos a cambiar hábitos podemos ser proactivos en la prevención del Coronavirus. Al asumir responsabilidad social con los demás puedo cambiar para que está epidemia no dure tanto, para que los que han perdido sus trabajos los recuperen y la vida se haga normal.
Decía Sigmund Freud que la madurez es la capacidad de posponer el placer. Cuando esto termine iremos a las playas, a volar chichiguas, viajaremos, nos abrazaremos y retomaremos proyectos puestos en pausa.