Datos de archivo de hace más de tres décadas ayudaron a entender cómo se le escapa la atmósfera a Urano, uno de los planetas más misteriosos del sistema solar.
La sonda espacial Voyager 2 realizó en 1986 uno de los pocos estudios de Urano, el séptimo planeta del sistema solar. Ahora, más de 30 años después, los físicos Gina DiBraccio y Dan Gershman, del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, analizaron los datos de la antigua misión para estudiar el extraño campo magnético de Urano.
En su estudio, cuyos resultados fueron publicados en la revista Geophysical Research Letters, descubrieron que la Voyager 2 voló a través de un plasmoide, una burbuja magnética gigante, un hecho que pasó desapercibido hace más de tres décadas.
Los plasmoides, burbujas gigantes de plasma, o gas electrificado, hacen que los planetas pierdan masa, explica la NASA. Con el tiempo pueden drenar los iones de la atmósfera de un planeta, y de esta manera introducir cambios fundamentales en su composición. Anteriormente ya se habían observado en otros planetas, entre ellos la Tierra, pero nunca en Urano.
Según las estimaciones de los investigadores, plasmoides como los que cruzó Urano podrían representar una pérdida de masa atmosférica de entre el 15 % y el 55 % para el planeta. DiBraccio y Gershman estimaron una forma cilíndrica del plasmoide detectado de al menos 204.000 kilómetros de largo y hasta 400.000 kilómetros de ancho.
Al igual que todos los plasmoides planetarios, los autores creen que estaba lleno de partículas cargadas, principalmente hidrógeno ionizado. El descubrimiento ahora plantea nuevas preguntas sobre el entorno magnético de Urano, un planeta que en muchos aspectos puede considerarse único en el sistema solar.