Es un privilegio acudir a una consulta de Terapia Familiar. Lo pienso por los cambios que he observado que logran familias en crisis, matrimonios que agonizan o hijos rebeldes que ponen en riesgo a toda la familia.

 La fuerza de la Terapia Familiar Sistémica viene de sus orígenes profundamente científicos. Antropólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, entre otros profesionales, abordaron la familia de manera científica. Una de esas mentes brillantes fue Virginia Satir. Quiero expresar algunas ideas de las dos frases que seleccioné de su poema “Mis Metas”. Los juicios y críticas dañan y laceran nuestras relaciones. Ahogamos la pasión en las críticas. Herimos de muerte el deseo sexual con nuestros cuestionamientos verbales y no verbales a nuestras parejas. 

En la consulta el rol más estereotipado que vemos es como cada miembro de la pareja comienza a criticar a su compañero (a) de una manera dolorosa. La insatisfacción se respira en cada palabra. Juzgamos todos sus actos, sentimientos y palabras. Pero es difícil apreciar y amar al otro sin juzgarle como dice Satir.

Es un afán de ver faltas en el otro (a) y un miedo a ver nuestros propios errores o una ceguera para entender nuestra contribución a la infelicidad de la pareja.

Ambos miembros de la pareja son responsables de lo que han construido. Los cambios deben ser ejecutados por ambos. Criticarte sin herirte es una meta difícil. Les rendimos apología a las críticas hacia los demás. La mayor parte de las conversaciones humanas son críticas hacia otros. Triangulamos y a espaldas del amigo, pareja o familiar levantamos críticas sin fin.

 Pero muchas veces esas críticas las decimos directamente a quien decimos amar. Sin adorno, sin amor; con una alta dosis de enojo, ira y decepción. Herimos los sentimientos y provocamos distancias. Lo mejor sería no criticar y si lo hacemos, no herir con nuestras famosas críticas constructivas o con las desnudas críticas destructivas.

He observado calderas relacionales donde las críticas, los juicios y las descalificaciones: son el condimento diario en una familia. Se convierten en un hábito y no pueden parar. Provocar el cambio es un proceso que reta a la familia y al terapeuta. Se requiere cambiar la forma en que vemos la realidad y la actitud, para enfocarnos en disfrutar de nuestros hijos, amigos y parejas por lo que son; por sus buenos atributos y no obsesionarnos en los errores y faltas que vemos en los demás. Mirar nuestros propios errores y humanidad. No somos perfectos y el amor cubre multitud de faltas.

Mis Metas de Virginia Satir:

“Quiero amarte sin absorberte, apreciarte sin juzgarte, unirme a ti sin esclavizarte, invitarte sin exigirte, dejarte sin sentirme culpable, criticarte sin herirte, y ayudarte sin menos preciarte. Si puedes hacer lo mismo por mí, entonces nos habremos conocido verdaderamente y nos podremos beneficiar los dos”.

 

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