Su marido se siente herido y con poco valor. Cada palabra de su mujer lo hace sentir como si no valiera nada. En cambio ella, no ve nada malo en sus palabras. Siempre ha sido así. De esa forma se hablaban ella y sus dos hermanos y dos hermanas. Su papá trataba a su madre como a alguien que no tenía valor. La insultaba y la acusaba de ignorante. Ellas es una copia comunicacional de su padre. Hiere, desvaloriza a los demás y no se preocupa por el efecto de sus palabras en su marido.
Elías era el menor de cuatro hermanos. Vivió en un ambiente familiar complicado. Su mamá era de fuerte carácter. Siempre criticaba a su papá y lo menospreciaba. Se creía merecedora de un hombre más ambicioso. Sin embargo, su marido Juan, según ella, era miedoso y pensaba pequeño. No se arriesgaba y nunca dejaría el empleo público que apenas daba para comer. La familia fue la escuela de Elías, hoy casado y con tres niñas maltrata verbalmente a su mujer.
Es un monstruo que machaca la autoestima de su mujer. La bella mujer de antaño ya no se arregla, luce descuidada y con pocas ganas de vivir. Su verdugo le succionó con las palabras su valor y la llena de culpa.
Nuestros modos de comunicarnos, aprendidos en la familia de origen, tienden a ser llevados a la relación de pareja y a la familia que creamos. Llevamos como pautas discusiones, culpabilizamos y herimos.
Pero si hemos crecido en una familia con una comunicación sana podemos ser congruentes y comunicarnos directamente y que nuestros mensajes corporales estén acordes con lo que hablamos. Con una comunicación sana cuidarnos la autoestima de la pareja y de los hijos. Buscaremos no herir los sentimientos de aquellas personas que amamos.