Cuando un niño o adolescente tiene un síntoma, o una conducta problemática: la familia lo lleva a Terapia procurando corregir lo que hay mal con el paciente. Sin embargo, la Terapia Familiar sistémica ve a esa persona como portadora de un síntoma de un problema general que afecta al sistema familiar.

De ahí que la unidad para trabajar clínicamente no es el paciente identificado, sino la familia.

En otras ocasiones la familia tiene un hijo adulto que puede vivir con los padres o si vive en otro lugar, no es plenamente autónomo. Estos hijos adultos pueden tener problemas con alcohol y drogas, violencia y actos reñidos con la ley, deudas frecuentes, etc.

Los padres tienden a resolverles los problemas y son codependientes y se obsesionan con el cambio del hijo. Los padres y el sistema familiar necesitan Terapia Familiar para que aprendan a dejar que sus hijos lleguen a ser responsables y paguen las consecuencias de sus actos.

Los problemas de pareja, con sus volcánicos conflictos, pueden desequilibrar a los hijos, provocando bajo rendimiento académico, agresividad, adicciones, sexualidad precoz y rebeldía. Pueden presentar ansiedad y síntomas depresivos. Aquí hay que tratar a la pareja y a la familia y luego los síntomas pueden mejorar.

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