Los monstruos devora padres han sido alimentados y criados por sus propios padres. Estos monstruos no conocen la palabra NO. Sus ingenuos y consentidores padres les han permitido todo desde “niñitos”.
Cuando se les niega algo gritan, hacen rabietas y a veces golpean a los padres con pellizcos y manotadas. Al ver a una niña tan graciosa o a un niño expresivo, juguetón y que pone manos sobre lo propio y lo ajeno: los padres no imaginan que si no ponen límites, luego no podrán controlar la conducta de sus hijos.
Cuando nuestro producto de crianza se expone al público en la escuela, como dice Jay Haley, tendremos niños sin límites que así como no respetan las órdenes y mandatos anémicos de sus padres, tampoco obedecerán los mandatos y normas en el aula.
El monstruo se alimenta en casa. Allí se fortifica, desarrolla enormes músculos y una cara de terror que espanta a los padres y le hace indeseable en ambientes sociales.
Los padres deben poner reglas y limites. La Terapia Familiar en estos casos es imperativa. Requiere cambios en los padres. Reforzar la jerarquía de los padres y ejercer una Disciplina Positiva con “firmeza y amor”.
Cuando un niño o adolescente no tiene límites, por descuido en la crianza, son semejantes a un tren que se desliza sin un carril. Los límites son como los carriles del tren. Organizan la mente del niño y le ingresan las normas básicas de la familia y le enseñamos responsabilidad y el sentido de lo propio, lo no propio y lo que se permite o no de acuerdo a las reglas familiares.
Si el monstruo llega a la adolescencia y adultez es posible que se enfrente a los límites de la sociedad. Al violar leyes puede llegar a la cárcel o pueden experimentar con sustancias prohibidas, bandas delincuenciales y no logran plena autonomía.
La falta de autonomía de hijos adultos lleva a los padres a la codependencia y a resolver problemas legales, económicos y financieros del monstruo que se crió a la sombra de su cuidado.