Como especie estamos obligados a asignarle a nuestra vida un sentido, una razón por la cual vivir. Esa responsabilidad creo que solo la tenemos nosotros entre las demás especies, y junto a nuestro desarrollado cerebro que nos da la corteza cerebral con anatomía y funcionamiento más elevado en la naturaleza.
Esto nos permite raciocinio, capacidad de análisis. Ese es un privilegio humano, el cual nos permite discernir y ver a un creador o ver a la evolución como sustituto.
Podemos filosofar, creamos ideologías, y peor aún como lo ha estado haciendo la humanidad en las últimas décadas nos abocamos a la pérdida de la sacralidad. Le quitamos el sentido de sagrado a nuestras creencias, a nuestras ideologías y a nuestras costumbres.
De repente lo que la persona tenía que le daba sentido, pierde importancia,
porque la sociedad muchas veces le arrebata la tabla de creencias que mantiene
sobre el nivel del agua y que le permite enfrentar situaciones adversas de la
vida.
El sustento de una sociedad y de una vida en particular tiene mucho que ver con las creencias, con su ideología. Cuando un ser humano decide acabar con su vida es porque le ha faltado su sentido de la vida, el por qué o para qué vivir.
El sentido de la vida se logra más cuando decidimos ser útiles a la sociedad o a los demás. En la sociedad actual la gente busca el sentido de la vida en el placer (hedonismo), y en el logro de metas económicas y personales.
Trascender en la vida y ser útil a la sociedad no depende de nuestros logros
personales egoístas, podemos lograrlo ayudando a los demás, haciendo un
descubrimiento científico, o aportando a una necesidad de la comunidad.
Desde la óptica de la salud mental, la depresión y el sentido de culpa están
muy relacionados con los suicidios. Cuando el individuo pasa por estos
episodios, debe buscar ayuda al psiquiatra y ayuda psicoterapéutica.
La ausencia de problemas no es la clave para tener un sentido en la vida. Hay países desarrollados, como Japón, que tienen una alta tasa de suicidios cuando su población tiene un alto nivel de vida.
Cuando la gente se ve atrapada y sin salida toma decisiones que nos apenan a todos, en especial a quienes compartimos con esa persona o estamos en el mismo entorno laboral o comunitario. Esta marca deja un legado negativo a las demás generaciones, ya que cuando en una familia ocurren suicidios esta pauta se repite en futuras generaciones.
Hay que alejarse de pautas de tristeza y de depresión que a veces se hacen comunes en algunas familias. Los problemas no van a desaparecer, lo que podemos cambiar es la forma en que enfrentamos los problemas, como decía la gran terapeuta familiar norteamericana Virginia Satir.
Debemos acostumbrar a nuestros hijos a no turbarse frente a los problemas y observar si nosotros como padres nos turbamos ante los problemas y ese es el modelo que le mostramos a ellos para resolver situaciones difíciles.
Lo adecuado es mostrarles fe en el futuro y que podemos cambiar nuestras situaciones difíciles, si cambiamos nuestra manera de ver el mundo y la realidad. También debemos aprender a interpretar la realidad.
Aunque no siempre podemos cambiar la realidad, si podemos dar una interpretación distinta a los hechos.
Vale la pena vivir, vale la pena ser útiles a los demás. Disfrutemos al máximo con nuestros hijos y familia, amigos y compañeros de trabajo.
Disfrutemos los pequeños y grandes triunfos y preparémonos para las dificultades que son parte de la vida. No permitamos que nuestros pensamientos nos lleven a un callejón sin salida y procuremos pensamientos de esperanza y fe en porvenir.