Un fuerte dolor en su estómago fue el primer aviso de un tóxico que había ingerido. Al llegar al hospital estaba en muy mal estado. Tras un lavado de estómago y medicación salió de peligro, pero con un estado muy delicado.

Todo empezó por una discusión con su padre. Quería volver con su mujer y su padre le reclamó que el no tenía vergüenza. Todos conocían la triste historia de Leopoldo y como su mujer lo había abandonado por otro. Pero el amaba a esta mujer. 

Al llegar la temporada ciclónica una tormenta se pronosticaba para las próximas 48 horas. No quería viajar a Santo Domingo para su chequeo de Salud. Emma era diabética y estaba descompensada. 

Su marido vivía para ella y en los aprestos de la tormenta la llevó al centro de salud. Entre truenos y vientos fue ingresada y este hombre acompañaba a la que fue considerada como la más linda de la escuela.

Hoy con 75 años luce muy enferma, pero disfruta abrir los ojos y ver a su amado a su lado. Quiere vivir. Todavía desea recobrar la salud y estar en dulce romance con el gran amor de su vida. El con la ternura de siempre acaricia su mano y le abraza en el lecho. Besa su frente, mientras la hermosa dama deja caer lágrimas de amor de sus grandes y marrones ojos.

En el paseo por la vida unos se cansan y se derrotan a sí mismos, pero otros cruzan mares, ríos y montañas para no dejar morir el amor. El creador nos ha regalado una sola vida. 

Una paradoja de la abundancia extrema que vemos en el mar, en los frutos del campo, en la abundante provisión de oxígeno y en las incontables estrellas. ¿Por qué el tan abundante y pródigo Dios solo nos regaló una vida? 

Esa dulce paradoja nos enseña que es una sola para cuidarla y para desearla. Para que amemos con todas las fuerzas. Para que las adversidades no nos roben las ganas de vivir. Para que con pasión acariciemos afectivamente a quien amamos y nos entreguemos con ansiedad a esa Unión amorosa que convierte a la especie humana en la envidia de los animales, que solo en Estro o calor hacen el amor.

 Podemos fusionarnos en amor y no cerrar la puerta del amado (a). Dejarle entrar. Disfrutar ese regalo divino que nos hace cosechar el amor y la cercanía como un obsequio, que debemos entregar para que nuestra vida sea más placentera y que entendamos que somos seres sexuados y que lo seremos hasta la muerte.

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