Cuando los padres aplicamos la Disciplina Positiva, vamos educando nuestro carácter. No solo nos enfocamos en la conducta del niño, empezamos a visualizar nuestras emociones en los momentos que queremos corregir y disciplinar.
Identificamos las emociones negativas que nos asaltan como la rabia, ira, enojo. Decidimos controlar esas emociones. Tomar tiempo fuera, enfriarnos. En ese período recordamos que la base de la disciplina es el amor, no el castigo.
Buscamos corregir con paciencia una mala conducta sin usar violencia, ni insultos. Cuando el niño, la niña y el adolescente están tranquilos, al igual que nosotros los padres, es el momento de razonar con ellos.
Eso requiere a veces que pasen varias horas para calmar la ira, y otras veces puede ser al siguiente día. Así se razona con los chicos y chicas, sin humillarlos, sin limitarles su oportunidad de expresarse.
Debe ser en un ambiente de respeto mutuo y con padres que ejercen su autoridad con amor; pero no delegan su jerarquía en tías, ni abuelas, amigos u otros.
Los padres deben asumir su rol de trazar reglas, límites y poner consecuencias a las conductas inadecuadas de sus hijos.
Cuando no le ponemos límites a nuestros hijos, le estamos enseñando que el mundo les pertenece. Que no tienen que pedir permiso para tocar o tomar cosas de la familia o de otros.
Niños y adolescentes sin límites tienen padres que por su falta de autoridad les hacen daños. Los crean irresponsables e irrespetuosos y de adultos serán así, en sus relaciones de pareja, en lo laboral y lo social.
No poner límites es provocar daños a los hijos y dañar su mente al no prepararlos para vivir en una sociedad que tiene reglas y límites.
Como padres debemos conjugar una Disciplina con firmes y amor.
Padres consentidores, flojos y sobreprotectores no son ni firmes, ni amorosos. Padres en exceso autoritarios descuidan el amor y el afecto, basan su estilo en el miedo.
El punto ideal y medio es ser firmes, pero con una autoridad amorosa que haga crecer la valía y autoestima de niños y adolescentes.