Al ver nacer por primera vez a un hijo puede ser una experiencia muy profunda para muchos. Marca un nuevo rol de padre o de madre. 

En esos primeros años los niños dependen mucho de sus padres en especial de la madre, por razones biológicas y culturales. 

De 6 a 8 años se va dando una mayor cercanía con el padre. Luego viene acercándose la adolescencia y los intentos de autonomia con el inicio de la Universidad y el coqueteo con la vida adulta.

Vamos soltando y dando más libertades a nuestros hijos. Nos va torturando la ansiedad en ese proceso de separación e independencia, donde cada vez se va acentuando más y más. 

Los padres sufrirán o no la separación de acuerdo al estilo de crianza. Los que han controlado más a los hijos y ponen más límites pueden sufrir más ansiedad.

Otros padres con menos control pueden excederse en las libertades a sus hijos y ponerlos vulnerables frente a abusos y otros riesgos.
En el dilema de ir facilitando y apoyando la autonomía de nuestros hijos vamos aprendiendo que nuestros hijos no son nuestros hijos, que son hijos de la vida, como decía el poeta libanés Gibrán. 

Nuestro papel es ir preparando a nuestros hijos para la vida. Fortalecer su autonomía y que tengan herramientas aprendidas en el sistema familiar, para lograr esa vida extrafamiliar exitosa, donde deben superar sus miedos y las ataduras del sistema familiar y emprender el viaje a la autonomía que le permita estudiar, trabajar, hacer familia y ocupar posiciones en la sociedad.

Jay Hailey trabajó mucho el tema de la autonomía y emancipación juvenil, abordó casos donde la familia crea condiciones para que los hijos no logren la autonomía. En situaciones extremas un hijo o hija en la adolescencia, previo a partir de la casa, puede debutar con un trastorno mental y así justificar quedarse con los padres y no lograr la autonomía.

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